

Juan Francisco Coloane (especial para ARGENPRESS.info)
El rol externo
La crisis en Siria, además del argumento histórico, refleja los factores del esquivo nuevo orden mundial que no se divisa y aparecen los elementos económicos del capital transnacional que no le dan respiro a la figura de una globalización ingobernable. A juzgar por el tipo de zonas que exhiben inestabilidad, el objetivo es asegurar nuevos activos de capital que se inyecten en una economía global en crisis.
La lucha por la supremacía es un eje en todo el desorden. Los movimientos por cambio de régimen político ocurridos y que aún palpitan en el mundo árabe no solamente responden a dinámicas locales de gobiernos o sistemas sociopolíticos estancados, sino que también a procesos inducidos por presión externa y las demandas de la globalización. En medio de un capitalismo global asfixiante y con el agotamiento de nuevas fuentes de capital no contaminado por la especulación financiera, hay zonas del planeta – una de ellas el mundo árabe – cuyos bienes no están incorporados con el grado de libertad y predictibilidad necesarias en el marco de activos para el funcionamiento del capitalismo global.
Un antecedente clave es la decisión de refundar las naciones árabes. El 19 de marzo de 2004, a un año de la invasión en Irak, se reunió un grupo de trabajo de la Alianza Transatlántica auspiciado por el Council on Foreign Relations (Consejo de Relaciones Exteriores con sede en Nueva York), una unidad de estudio y lobby formada en 1921, supuestamente sin afiliación partidista. La idea central consistía en diseñar una estrategia para contener las amenazas externas a Europa Occidental y Estados Unidos.
Surgió un acuerdo para readecuar a la OTAN al nuevo escenario de conflictos y amenazas abierto con las dos guerras en Afganistán e Irak. El otro punto consistía en la seguridad de Israel y concomitante a ello, impulsar una reforma política y económica en una zona comprendida como el Gran Medio Oriente, que incluye una extensión amplia de países.
Este plan se gesta antes del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001 y se hace público en 2002. El principal objetivo consistía en democratizar los regímenes políticos de la región. Surge este plan en consonancia con lanzamiento del primer Informe de Desarrollo Humano para el Mundo Árabe preparado por la ONU en 2002. Allí se recomienda la democratización de los países árabes con una lectura eje: Cambio de régimen político.
El Informe sobre el Desarrollo Humano del año 2002 para el Mundo Árabe, es preparado por el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas y el Fondo Árabe para el Desarrollo Económico y Social. Su introducción es muy explícita e invita a los países árabes iniciar una reforma institucional gradual pero drástica para aspirar a niveles superiores de desarrollo humano.
El Informe de Desarrollo Humano para el Mundo Árabe surge en paralelo con otro esfuerzo de perfeccionar el capitalismo consonancia con el proyecto que opera bajo la égida de Apoyo al Crecimiento Económico y la Reforma Institucional, en inglés bajo la sigla SEGIR (Support to Economic Growth and Institutional Reform. 2002) que opera bajo el esquema de asistencia de la Agencia Internacional para el Desarrollo de Estados Unidos, conocida por USAID. Ambas operaciones funcionan dentro del diseño del Ajuste Estructural a las Economías que se implantó en la década de 1980, y que se denominó modelo neoliberal. El principio reformador es el mismo en ambos sectores, tanto en el multilateral que promueve la ONU con el Desarrollo Humano para los países árabes como el bilateral que auspicia EEUU a través de SEGIR: Mayor privatización y desregulación y reforma institucional que lo permita.
El Informe de la ONU es más agresivo porque reclama explícitamente cambios de régimen y en los sistemas políticos apelando a mayor libertad y respeto a los DDHH. El período de preparación de este informe coincide con el período que antecede al atentado a las Torres Gemelas, en septiembre de 2001. Desde un punto de vista político y por la forma en que derivó el sistema de relaciones en la región, al surgir un componente clave en como el religioso, este Informe de Desarrollo Humano de la ONU y el Fondo Árabe para el Desarrollo Económico y Social, por muy loable la intención, aparece como un anatema y en algún sentido se podría interpretar como una provocación.
El informe enfatiza en la unidad de lenguaje lo que es cierto y de un “contexto cultural común”, lo que es impreciso. Lanza una aseveración tajante que, hoy día 10 años después haberse publicado el informe, aparece como una generalización peyorativa. Muy similar a las usadas cuando el Imperio Otomano ocupaba el mundo árabe.
Dice en su introducción: “A pesar del progreso en las últimas tres décadas, la estructura institucional exhibe profundas deficiencias enraizadas que predominan en la realidad de los países árabes. Estas deficiencias obstaculizan seriamente el desarrollo humano que se pueden sintetizar en tres déficits relacionados a: la libertad, el empoderamiento de las mujeres y el conocimiento. Estas deficiencias, constituyen fallas serias en el desarrollo de la capacidad humana y deben ser superadas”.
Desde la civilización occidental se diseñó una vez más un modelo para refundar el mundo árabe. En este plan de transformar sociedades pertenecientes a una formación cultural diferente a la Occidental hay un desdén a secas que surge de la idea de una cultura superior a partir de la dominación ejercida desde las potencias coloniales tradicionales y no tan tradicionales.
Siria y su drama humano y político forma parte del actual rompecabezas de un orden mundial que no ha prosperado después de la desaparición de la URSS, y lo que es peor, cada vez se observa un grado creciente de confrontación en las relaciones internacionales. Las víctimas civiles en Siria, las que no han empuñado las armas, todas ellas, independiente del bando o del ángulo de la mirada, se han adjudicado la única uniformidad posible, e involuntariamente: Son víctimas de la convivencia internacional deteriorada y en el límite del paroxismo por colocar la supremacía política y los intereses materiales por sobre el bienestar humano.
Desde su posición en el Consejo de Seguridad de la ONU, y como principales “consejeros” del Secretario General en el marco del multilateralismo como principio rector, China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia han fallado en su rol de contribuir a mantener la paz y detener una escalada de desestabilización en la región.
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