Cultura documental y acción política
por Pepe Baeza – 0 comentarios – fotografía – 09/05/2003 – enlace
Hay efectivamente una crisis del fotoperiodismo, pero no una crisis de fotoperiodistas. Los diarios y las revistas mantienen a la fotografía testimonial en posiciones de miseria comunicativa.
«Es un campo probablemente no decisivo, pero de todas maneras importante, el que atañe a la fotografía comprometida con las causas populares, con la liberación de nuestros pueblos, con la denuncia de torturas y represión, con el escándalo que puede llegar a ser la justicia. Y como el poder dispone de cuantiosos recursos, por lo general es poco menos que imposible librar la batalla contrainformativa en el cine y la televisión, a menudo copados por transnacionales o monopolios que de todos modos no permiten la incorporación de voces heridas o disonantes, ni el tañido artesanal de otras campanas.» (Mario Benedetti, ’La fotografía como accesorio ideológico’)
Hay efectivamente una crisis del fotoperiodismo, pero no una crisis de fotoperiodistas. Los diarios y las revistas mantienen a la fotografía testimonial en posiciones de miseria comunicativa. Esto ocurre, en primer lugar, porque el gran capital está absorbiendo e integrando, en unos cuantos grupos poderosos, a las principales agencias y cadenas de prensa. El poder económico está completando el proceso de adueñarse de la información, es decir, está acabando con el periodismo y al mismo tiempo está convirtiendo su actuación en modelo para los grupos más pequeños.
En segundo lugar, los restos de independencia se encuentran cada vez más amenazados por las exigencias de los anunciantes con respecto a los tipos de contenidos que debe canalizar la prensa para dar mayor eficacia a sus productos; los grandes grupos de comunicación estudian y aplican los contenidos que más convienen a sus anunciantes y, al mismo tiempo, pactan importantes descuentos sobre los paquetes de publicidad, lo que acaba condenando a la ruina a aquellos editores independientes que no pueden sostener dichas ofertas y que tampoco pueden soportar la bajada de precios de las publicaciones. Cuando la competencia haya quedado reducida a un pequeño número de importantes agrupaciones internacionales, los precios de venta y de publicidad volverán a subir a su conveniencia, pero la diversidad de puntos de vista habrá sido suprimida por un periodo imprevisible.
Todo ello se está produciendo con muy poca respuesta profesional. El debate en las redacciones sobre el futuro del periodismo ha sido insignificante frente al reto lanzado a la ética de una profesión; el zarpazo ha sido rotundo y silencioso.
Nos estamos acostumbrando, además, a las modernas formas de censura, a vivir con una enorme profusión de imágenes, sonidos y palabras que cada vez nos tienen más desinformados y más desactivados respecto a las causas de violencia, exclusión y pobreza.
Es intolerable que la quinta parte de la población mundial decida el destino del resto y que su decisión sea la de mantener una explotación extrema. No puede ser que en los países ricos nos estemos cargando el modelo de prestaciones sociales mínimas, que tanto esfuerzo ha costado, para cederlas a tan codiciosas manos privadas. No puede ser que destruyamos los recursos del planeta (el futuro de nuestros hijos) para que los dirigentes de las grandes corporaciones económicas puedan justificar el crecimiento de los beneficios ante los consejos de administración y para que puedan seguir manteniendo sus altísimos sueldos mientras siguen dominando a servidores públicos corruptos, estúpidos o débiles. No puede ser que toleremos ni un día más las violaciones de los derechos humanos más fundamentales: no ser torturado, poder comer, poder expresar los pensamientos propios, ser asistido en la enfermedad y en la educación.
Frente a todo eso, la prensa debería desarrollar una crítica intensa y radicalmente democrática. Sin embargo ésta se convierte, poco a poco, en un producto más y, por tanto, sus contenidos en mercancías. Así, la crisis del fotoperiodismo es únicamente una consecuencia de la crisis del propio periodismo.
Pero además de los grandes poderes mediáticos -y de la tradicional indiferencia de la mayoría de periodistas de la palabra hacia la imagen- los poderes políticos, como extensión habitual de los económicos, imponen restricciones cada vez más severas a la captura y difusión de imágenes que les perjudiquen; lo hacen a través de leyes y de hechos consumados, y es irónico que esta ofensiva coincida con la presencia, cada vez más agobiante, de los procedimientos de videovigilancia. Al mismo tiempo, la parte posmoderna del pensamiento estético contemporáneo ha estado llevando a cabo un proyecto de demolición de la imagen documental, que considera obsoleta y, más aún, «aburrida». Pero si el testimonio visual no fuera valioso, los fotógrafos no tendrían tantas dificultades para obtener sus fotografías.
La imagen democrática -la que nos habla de las condiciones de organización de todos los seres humanos- tiene un enorme potencial de movilización que interesa desactivar a través de la ausencia de salidas profesionales y de precios mucho más bajos que otros tipos de imagen. Las imágenes que dominan en la prensa contemporánea -publicidad aparte- están abocadas al espectáculo y a la modelización del lector a través de la estimulación de su dimensión egocéntrica, hedonista y competitiva, actuando a través de los contenidos de personajes famosos, moda, belleza, decoración, cocina, autoayuda, etc.
Las imágenes de la prensa son el mejor síntoma para saber qué ocurre en la prensa. Y lo que ocurre es uno de los síntomas más claros para entender cómo se configura la acumulación y el ejercicio de poder actualmente. La crisis del documentalismo, y por tanto del fotoperiodismo, no es en modo alguno consecuencia de su «agotamiento», sino de una presión fuerte, silenciosa y continuada. A pesar de ello, cada vez más fotógrafos quieren documentar y, por tanto, intervenir en la realidad, desactivando -aunque sea de forma significativa- los designios del poder.
Frente al triunfo provisional del gran capital monopolista y de la rapiña globalizadora necesitamos, más que nunca, fotografías que informen, analicen y transformen. No podemos permitir que el silencio siga siendo una forma de complicidad frente a tanta miseria moral. Actúa; apúntate a causas justas: organizaciones voluntarias, sindicales o políticas, y ayuda a que funcionen con generosidad, eficacia y rigor. Inventa si quieres tus propias formas de colaboración, pero no dejes que tu vida, tan valiosa, no sirva también a alguien más.
artículo publicado en el número 1 de la revista ’Ojo De Pez’