Entrevista a Claudio Katz
08/01/2016
Para aclarar el nuevo escenario político que se va configurando en América Latina entrevistamos a Claudio Katz economista, investigador del CONICET, docente universitario y, ante todo, militante de izquierda.
En tus trabajos sobre Sudamérica hablás de la dualidad que ha caracterizado la última década. ¿En qué ha consistido esa dualidad?
En mi opinión el denominado ciclo progresista de la última década en Sudamérica ha sido un proceso resultante de rebeliones populares parcialmente exitosas (Argentina, Bolivia, Venezuela, Ecuador), que modificaron las relaciones de fuerza en la región. Permitieron abordar un escenario económico de valorización de las materias primas e ingresos de dólares, en forma muy diferente a la predominante en otras etapas. Durante este lapso, junto al modelo neoliberal existieron esquemas de política económica neo-desarrollistas y distribucionistas. En el plano político, junto a gobiernos derechistas hubo gobiernos de centroizquierda y gobiernos radicales. Fue un período donde la capacidad de acción del imperialismo quedó seriamente acotada, con retroceso de la OEA y reconocimiento de Cuba. Al final David le ganó a Goliat y Estados Unidos tuvo que aceptar esa derrota. Fue, además, una década en la que no hubo ajustes al estilo Grecia, prácticamente en ningún país de América Latina. Asimismo, durante esta década se produjeron importantes victorias democráticas. Es muy ilustrativa la comparación de Sudamérica con Centroamérica. Contrastando el nivel de agresiones vigente en México, Honduras, Guatemala con las libertades públicas conquistadas en Argentina, en Bolivia o en Brasil se percibe la dimensión de este cambio. Y también apareció con el chavismo el rescate del proyecto socialista. Por todas estas razones Sudamérica se convirtió en la referencia para los movimientos sociales de todo el mundo.
En un trabajo reciente señalé que existe una “dualidad en América Latina” porque este cambio en el ciclo político y en las relaciones de fuerza coexistió con una consolidación del patrón de acumulación extractivista, asentado en la exportación de materias primas básicas y en la inserción de América Latina como proveedora de productos básicos en la división internacional del trabajo. Esta situación es natural para un gobierno neoliberal, forma parte de su estrategia. Pero para gobiernos progresistas, de centroizquierda, hay una tensión con esa estructura; y para gobiernos radicales, distribucionistas, hay un conflicto de grandes proporciones.
Por lo tanto hubo rebeliones exitosas que dieron lugar a gobiernos distintos, algunos antiliberales, pero se generó una situación que tarde o temprano debía dirimirse, puesto que no pueden coexistir con el modelo extractivista y el fortalecimiento de la configuración económica tradicional dependiente de América Latina. Lo que empezó a salir a flote en los últimos meses es esa contradicción. Y por esa razón comenzó la restauración conservadora y el debate en torno al fin del ciclo progresista. A fin de año tenemos dos hechos categóricos. Primero el triunfo de Macri que es importante porque es el primer caso de un retorno derechista a la presidencia. La derecha a partir de los cacerolazos, construyó poder político, derrotó al peronismo y formó un gabinete de la “CEOcracia”, para un país gobernado por “sus propios dueños”, con una gabinete directamente de la clase capitalista.
El segundo hecho es más parcial pero más significativo. En Venezuela la derecha no gana el gobierno pero sí el parlamento, en condiciones de una guerra económica brutal, de terrorismo mediático, de caos económico generado por los reaccionarios. Y Venezuela es el símbolo más acabado de los procesos radicales dentro del ciclo progresista.
¿Cuál es la situación, en este nuevo escenario continental, de los países que lejos de la dualidad mantuvieron no sólo la matriz económica sino también las políticas neoliberales?
Una de las grandes trampas informáticas de todo este período es el ocultamiento de lo que ocurre en los países gobernados por el neoliberalismo. Parecería que todo está maravilloso ahí, y que los únicos problemas de América Latina están en los otros países. Pero en los hechos hay una distorsión mediática monumental. Basta observar la situación de México, un país que tiene elevadísimos niveles de criminalidad, destrucción del tejido social y enormes regiones copadas por el narcotráfico. Basta ver la situación de países centroamericanos diezmados por la emigración, por el predominio de la criminalidad y con presidentes como en Guatemala, que han sido destituidos por el escándalo de corrupción. O tomar el modelo económico chileno que está atravesando una situación bastante crítica: se ha reducido significativamente el crecimiento y además aparece la corrupción en un país que hacía gala de transparencia. El endeudamiento de las familias, la precarización laboral, la desigualdad, y la privatización de la educación empiezan a salir a la superficie. Y el gobierno de Bachelet está paralizado. Esas reformas de la jubilación, de la educación que pensaba realizar están detenidas.
Mirando el universo neoliberal vemos también al único caso de default de la deuda en todo este período que es Puerto Rico. Allí un país que es de hecho una colonia norteamericana soporta la descapitalización, el saqueo de los recursos, la desintegración del tejido social, que durante un tiempo fueron compensados con financiamiento público pero en un momento ese sostén se acabó e irrumpió el default.
Entonces, en los países donde no hubo redistribución de la renta de este súperciclo de las materias primas, la situación social, política y económica es más grave. Lo que pasa es que nadie habla del tema.
En este nuevo escenario que se abre ¿en qué posición considerás que quedarán los países neo-desarrollistas como Argentina y Brasil? ¿La restauración conservadora en estos países tenderá a reconfigurar los “bloques”, integrándose al bloque abiertamente neoliberal?
Ahí podemos ser muy categóricos respecto del balance de lo ocurrido, y muy cautelosos respecto de lo que se viene. Yo separaría para diferenciar lo que sabemos, de lo que podemos imaginar. No cabe duda de que en Argentina y Brasil el cambio en curso es el resultado de un agotamiento del modelo económico neo-desarrollista. No es la única causa ni estoy seguro de que uno pueda atribuirle una incidencia mayor a la de otros factores, pero es el trasfondo del problema.
En los dos países hubo un intento de utilizar una porción de la renta generada por la valorización de las materias primas para recomponer la industria e intentar un modelo basado en el consumo. Pero como estamos bajo el capitalismo este tipo de procesos tiene límites muy estrechos. Porque lo que funciona al principio se agota posteriormente, a medida que se afecta la rentabilidad capitalista. La teoría del derrame al revés no funciona. Es una ilusión de la heterodoxia keynesiana suponer que con el simple aumento de la demanda comienza un círculo virtuoso. Ocurre lo contrario. En un momento estos gobiernos encuentran un límite y empieza el proceso clásico de fuga de capitales, de presión cambiaria, que es lo que ha sucedido en los dos casos.
Creo que hay un desgaste económico pero también hubo un fuerte deterioro político, tanto en Brasil como en la Argentina. Esa erosión estuvo determinada en ambos casos por la aparición de un descontento social que ninguno de los gobiernos quiso canalizar atendiendo las demandas. En ese clima se asentó el ascenso de Macri y la expansión de la base social de la derecha brasileña.
Lo que está claro es ese balance, pero no el devenir posterior. El gran test será el gobierno de Macri. Todavía no podemos hacer una evaluación. Es un gobierno derechista clásico, con todas las características reaccionarias de un gobierno derechista. Pero opera en un marco de gran combatividad. Por eso hay una contradicción entre lo que quiere hacer y lo que él puede hacer.
Volviendo a Venezuela, en una charla planteaste una idea que nos parece importante, señalando la futilidad de aplicar siempre y en todo lugar el cliché de “lo que no avanza, retrocede”, “lo que no se radicaliza, vuelve atrás”. Pero pensando esta situación en concreto recordábamos la recomendación de Fidel a Allende luego del Tancazo “Este es tu Girón”. ¿Qué perspectivas no abstractas, sino concretas en función de las fuerzas políticas y sociales, ves en Venezuela de radicalización? ¿Cuáles serían las medidas a tomar en ese camino?
Esas frases se repiten, pero muchos que las pronuncian se olvidan de aplicarlas cuando es necesario implementarlas, especialmente hoy en Venezuela. Allí se define el ciclo progresista y el futuro. Ha sido el principal proceso y su desenlace va a determinar el contexto de toda la región.
Es evidente que el imperialismo ha concentrado todos sus dardos en Venezuela. Por eso, Estados Unidos reconoce a Cuba, tiene guiños con muchos gobiernos, pero no con Venezuela. Allí impone la baja del precio del petróleo, alimenta las organizaciones paramilitares, financia ONGs conspirativas, opera en el plano militar. Motoriza formas destituyentes que viene preparando hace mucho tiempo. Por eso las elecciones se desenvolvieron en ese contexto de guerra económica y finalmente lograron que la derecha gane. Por primera vez ganaron la mayoría en el parlamento y apuntan a convocar al referendo revocatorio.
La derecha intentará recorrer dos senderos: el camino Capriles y el de López. López promueve volver a las guarimbas y Capriles propicia el desgaste de Maduro. Y es muy ilustrativo que Macri primero propuso agredir con la pantalla de la “cláusula democrática” y después optó por posponerlo. Macri (a cuya elección vino Corina López), es uno equilibrista entre los dos. Va a seguir el tono dominante. Por un lado López y por otro Capriles, puesto que ambos se complementan. Son dos líneas de lo mismo. Y Macri es uno orquestador internacional de esa conspiración.
Hay ahora una fuerte presión sobre Maduro para que acepte una negociación y quede apabullado sin poder hacer nada. Pero también puede reaccionar y aplicar la frase famosa: proceso que no se radicaliza, involuciona. Puede lanzar un contragolpe. Se avecina un gran conflicto porque el parlamento manejado por la derecha va a exigir atributos que el poder ejecutivo no le va a dar. Entonces el parlamento va a votar la amnistía para López y el ejecutivo se la va a vetar. El ejecutivo va a sacar una ley contra el desabastecimiento y el parlamento no la va a aceptar. O gobierna el ejecutivo o gobierna el parlamento, una forma de choque de poderes muy típica.
En ese sentido, como la preparación del revocatorio lleva un año, hay que juntar las firmas, hay que oficializarlas, hay que llamarlo y ganarlo, eso va a generar un gran conflicto. Ahí está el dilema. Hay un sector conservador, socialdemócrata o involucrado en la corrupción dentro del chavismo que no quiere saber nada con responder a esa disyuntiva con la radicalización del proceso.
Ese sector impide la reacción contra la agresión imperial. Es obvio que el imperialismo le hace la guerra económica a Venezuela, pero el problema es que Maduro no ha logrado doblegar a estos agresores. El problema es que Venezuela es un país que sigue recibiendo dólares, a través de PDVSA y esos dólares son entregados a sectores del funcionariado corrupto, de los capitalistas, que implementan la bicicleta que arruina a la economía venezolana. Esos dólares pasan al contrabando, a Colombia, al desabastecimiento, a la especulación cambiaria y el país vive con colas e irritación general. Además, Venezuela ya carga con una deuda importante. Ya no tiene los dólares suficientes para solventar todas las importaciones y al mismo tiempo pagar la deuda.
En estas condiciones los sectores socialdemócratas y conservadores del oficialismo se limitan a lamentarse de “la terrible situación impuesta por el imperialismo”, pero sin actuar efectivamente para desbaratar esa agresión.
Y esta conducta tiene consecuencias porque se acentúa la desmoralización. La derecha ganó no tanto porque se hayan volcado votos del chavismo a la derecha, sino por la gente que no fue a votar. Ya pasó otras veces. Es una forma de protesta que encuentra parte de venezolanos. Y mucho más problemático, más grave, es la actitud de líderes que declaran su adiós al chavismo o se vuelven a la vida privada. Ya no opinan, o critican al gobierno en vez de proponer medidas radicales contra la derecha. Lo cual a su vez está acentuado por la conducta del gobierno al impedir que las corrientes de izquierda se desarrollen. En vez de fomentarlas, en vez de facilitar su acción, les acota sus posibilidades. Y mantiene la estructura verticalista del PSUV.
Entonces, este es el escenario. Y como dice mucha gente, esta vez es la última oportunidad. Ahora o nunca. Y esta última oportunidad implica tomar decisiones en dos terrenos muy nítidos. En el terreno económico: nacionalizar los bancos y el comercio exterior y a partir de esos dos instrumentos definir otra forma de utilización de los dólares. Hay muy buenos economistas que hace diez años que están diciendo esto. Han hecho programas que te explican hasta el detalle cómo se hace. Por lo tanto no son medidas desconocidas. Y el otro pilar es político. Para sostener la radicalización se necesita el poder comunal. Venezuela tiene ya una legislación, una estructura, leyes votadas, que permiten administrar el país con una nueva forma de organización comunal; desde abajo para arriba, con distintas instancias, donde la democracia sea una realidad y donde el poder popular no se limite a ser un conjunto de instituciones defensivas. Es una arquitectura decisiva para disputar con el parlamento de la derecha. Si Maduro y la dirigencia venezolana quieren rescatar el proceso bolivariano, éste es el momento del poder comunal. Veremos. Yo lo que creo que las cartas están a la vista y hay que tomar decisiones. [1]
Se ha tornado habitual que intelectuales e incluso activistas depositen sus expectativas más en el protagonismo de los gobiernos que en el protagonismo de las organizaciones populares. ¿Cuál es la perspectiva que se abre para las luchas sociales? ¿Qué papel deberían tener en ellas el antiimperialismo y el anticapitalismo?
Yo creo que es muy importante en toda la discusión de si se termina o no el ciclo progresista, mirar no sólo a los gobiernos, sino también lo que pasa por abajo. Hay una tendencia de muchos autores a evaluar un ciclo en función de quién maneja el poder ejecutivo. Pero ese es sólo un elemento. El ciclo nació con la rebelión popular y lo que define la relación de fuerza son las rebeliones populares. En la última década hubo un proceso novedoso porque a través de una redistribución parcial de la renta de los commodities muchos gobiernos desenvolvieron redes de asistencialismo y procesos de consumo que atemperaron las luchas sociales. Esa es una de las explicaciones de por qué no hemos tenido rebeliones desde el 2004 en adelante.
Hay un cambio en el ciclo económico que va replantear la lucha social y en este replanteo se volverá a discutir el proyecto de la izquierda. Va a depender mucho del desenlace de Venezuela, que ha sido la referencia política del último período para la izquierda significativa. De la misma manera que lo fueron en otros momentos la revolución cubana o el sandinismo. Las referencias emancipatorias son continentales. Ocurren en un país y se convierten en el punto de atención de todos los demás.
Pero el gran problema estratégico radica en que muchos pensadores consideran que la izquierda debe centrarse en la construcción de un modelo de capitalismo posliberal. Esta idea obstruye los procesos de radicalización. Supone que ser de izquierda es ser posliberal, que ser de izquierda es bregar por un capitalismo organizado, humano, productivo. Esta idea socava a la izquierda desde hace varios años, porque ser de izquierda es luchar contra el capitalismo. Me parece que es el abecé. Ser socialista es bregar por un mundo comunista. En cada etapa ese horizonte cambia y los parámetros estratégicos se renuevan. Pero si se altera la identidad de la izquierda el resultado es la frustración.
La construcción de la izquierda requiere retomar la idea del último Chávez. Una fuerte apuesta por un proyecto socialista, que empalme con las tradiciones del marxismo latinoamericano y la Revolución Cubana. Me parece que esta línea estratégica ha quedado distorsionada por fuertes ilusiones en la conveniencia de reemplazar este horizonte por convergencias, por ejemplo, con el Papa Francisco. Se supone que muerto Chávez, necesitamos otro referente, y se piensa que ese sustituto puede ser el Papa Francisco. Yo pienso que es un error estratégico. No creo que la Doctrina Social de la Iglesia sea la guía que debemos tomar nosotros para nuestra batalla contra el capitalismo. Porque esa Doctrina fue construida como una ideología contra el comunismo, no contra el capitalismo. Y el Papa Francisco la recicla con la intención hoy de reconstruir el peso popular de una iglesia latinoamericana muy debilitada. Y me parece de una gran ingenuidad suponer que esa reconstrucción va a favorecer a una izquierda que se sitúa en las antípodas del proyecto vaticano. Yo creo que debemos apuntalar nuestros ideales en este momento clave para la historia latinoamericana.
Nota:
[1] La entrevista fue realizada antes de conocerse la instalación del Parlamento Comunal. Redacción La Llamarada.
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