Gustavo Robles (especial para ARGENPRESS.info)
Cuando uno ve la aprobación que ha cosechado en la sociedad la supuesta «estatización» de YPF, no puede más que ceder a la tentación de preguntarse: «pero entonces.. ¿por qué no estatizar ya no sólo la totalidad de la empresa, sino directamente los hidrocarburos?».
Porque, parece, algunos se han dado cuenta después de casi 20 años, que la gestión privada sólo busca llenarle los bolsillos a los empresarios, violando derechos fundamentales de la población ¿Entonces? ¿de verdad los que tienen la función pública en sus manos han hecho ahora las cosas como debían hacerse, o sólo las han hecho para que «parezca» que se hizo lo que se debía hacer?
Claro, uno lo piensa desde la perspectiva ideológica que busca, lucha y persigue un mundo sin explotación. Entonces dice «las riquezas de la tierra deben ser de todos los seres humanos, y por lo tanto las empresas no pueden estar en manos privadas, sino de la sociedad toda». Hoy, lo más cercano a eso es estatizar propiciando algún tipo de control por parte de las mayorías populares. Sin embargo, la presidenta se ha encargado de dejar bien en claro que YPF no se ha estatizado. A pesar de ello, todos los actores del oficialismo (y de la oposición burguesa también) han logrado instalar en la población esa idea. No inocentemente, la propaganda gubernamental machaca permanentemente señalando que YPF «es tuya», o «nuestra», lo que concretamente no es cierto. La expropiación del paquete accionario de Repsol, pergeñada por el kirchnerismo, deja bien lejos de cualquier atisbo de control popular la dirección de la empresa, y, a cambio, la deposita en la casta canalla que propició la privatización y el saqueo desde los ’90 hasta la actualidad.
¿En serio podemos confiar ya no sólo en un gobierno compuesto por una presidenta que se enriqueció exponencialmente en la función pública, en Aníbal Fernández, De Vido o Boudou, sino en los caciques provinciales como Buzzi, Urtubey, Insfran, Fellner o Sapag?
¿»Nuestra» dónde?.
Entonces, si bien la medida va en el sentido que corresponde, lejos está de ser lo que corresponde.
Es más: lejos está de ser lo necesario.
Y en las manos en las que se encuentra… mejor ni hablar.
Éstas son verdades incontrastables: ¿está mal que lo digamos?.
Cuando nos ponemos a pensar en las consignas que proclamaba el pueblo luego de las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001, vemos qué lejos de ellas ha acomodado las cosas el kirchnerismo: once años después de la masiva exigencia reestatizadora, hoy nos conforman con la mitad de las acciones de una empresa que maneja el 30% del mercado de nuestro país, y cuyos nuevos «directores» dicen sin tapujos «necesitar del financiamiento externo» para funcionar.
Para eso, sin vueltas, ha actuado la corriente dirigida por el matrimonio pingüino: para tergiversar las cosas de tal manera, que el pueblo crea que las cosas son suyas, cuando en realidad se las están entregando todas a los dueños del capital.
Tal política ha tenido tanto éxito, que a muchos oportunistas que se hacen llamar «de izquierda» se les ha olvidado todo postulado revolucionario, para pasarse a las filas del posibilismo y la conciliación de clases, es decir, se han transformado en defensores del sistema de explotación. Y entonces se hacen cómplices del engaño. En el caso de YPF, salen a hablar de «estatización», «soberanía energética» y toda una sarta de pavadas que lo único que hace es venderle espejitos de colores al pueblo.
¿Qué debemos hacer aquellos que soñamos con un mundo sin las miserias del capitalismo? ¿Podemos callarnos la boca ante estos desquicios, sólo porque parezca «impopular» o «políticamente incorrecto» denunciarlos?
Por supuesto, la respuesta correcta es decir siempre la verdad.
Podemos y debemos estar preparados para ser minoría.
Lo que no debemos nunca es convertirnos en cómplices de lo que decimos combatir
YPF no es ni de Pedro y María, ni de Juan, ni de José le aseguro que es de un gringo, o un dueño de este país.