Pasado, presente y futuro de la identidad judía de izquierda

UNA ENTREVISTA CON

Benjamin Balthaser

Traducción: Natalia López

La identidad judía presente en las numerosas campañas de solidaridad con Palestina forma parte de una larga historia de vínculos entre el judaísmo y la política de izquierda

Entrevista por Shane Burley

Cuando en Estados Unidos los manifestantes judíos comenzaron a inundar las rotondas del Capitolio, bloquear las carreteras de ciudades de todo el país y organizar una protesta sin precedentes en la Grand Central Station de Nueva York, los periodistas intentaron comprender el «nuevo» fenómeno.

Algunos miembros de las organizaciones judías dominantes condenaron a estos disidentes, tachándolos de títeres del terrorismo, traidores a su comunidad o incluso de no judíos. Otros vieron esto como una nueva reivindicación de la identidad judía, la construcción de una forma auténticamente emergente de ser judío que rompía con el consenso judío mayoritario. Si bien se trataba de un resurgimiento de organizaciones judías alternativas y de la vida religiosa y cultural alejada del sionismo abrumador de las instituciones dominantes del judaísmo estadounidense, en realidad nada de esto era nuevo.

Como señala el académico Benjamin Balthaser en su nuevo libroCitizens of the Whole World: Anti-Zionism and the Cultures of the American Jewish Left, la visión de la identidad judía que se muestra en las manifestaciones de solidaridad con Palestina organizadas por grupos como Jewish Voice for Peace, IfNotNow y la Red Judía Antisionista es la última etapa de una larga historia que considera la identidad judía en relación con todas las comunidades que sufren opresión y en un modelo diaspórico de internacionalismo.

Shane Burley conversó con Balthaser sobre cómo los judíos tanto de la vieja como de la nueva izquierda convocaron su sentido de identidad judía, cómo entendieron y respondieron cuando surgió el sionismo y luego dominó la vida judía estadounidense, y cómo este modelo de judaísmo ha encontrado su continuidad en el activismo judío radical que intenta detener el genocidio en Gaza.

SB

¿Cómo concebía la izquierda judía estadounidense su identidad judía al margen del judaísmo? Especialmente teniendo en cuenta que no eran mayoritariamente religiosos…

BB

Mi libro comienza en la década de 1930, en el apogeo de la izquierda judía estadounidense, con el Partido Comunista, el Partido Socialista de los Trabajadores (SWP) y un enorme movimiento obrero judío, especialmente en la ciudad de Nueva York con el Sindicato Internacional de Trabajadoras de la Confección (ILGWU), que contaba con cientos de miles de miembros judíos estadounidenses.

La izquierda judía estadounidense precedió en mucho a la década de 1930. De hecho, el historiador Tony Michels señala que la izquierda judía comienza realmente a finales del siglo XIX y precede a la izquierda judía europea.

Aunque nunca hubo una gran presencia del Bund obrero judío en Estados Unidos, el ala judía del Partido Comunista era en realidad muy «bundista» en su celebración de la identidad judía. Había una especie de «bundismo» en la izquierda judía estadounidense que adoptó muchos de los rasgos culturales del Bund —diasporismo, orgullo cultural, internacionalismo, yiddishkeit—, aunque no adoptó la reivindicación de autonomía judía del Bund. Esto se podía ver en la Orden Fraternal del Pueblo Judío (JPFO), que se separó del Círculo de Trabajadores, en revistas como Jewish Life Morgen Freiheit, así como en artistas como Ben Shahn, Victor Arnautoff, Hugo Gellert y escritores como Mike Gold y Muriel Rukeyser.

Entonces, ¿qué era la cultura judía en el Estados Unudos de los años treinta y cuarenta? A menudo era proidioma yiddish y se basaba en lo que ellos llamaban «valores progresistas judíos».

SB

¿Cómo entendía el sionismo este sector de la izquierda judía?

BB

El antisionismo de la izquierda judía en la década de 1930 era un poco diferente al actual. En cierto modo, probablemente eran más críticos con la idea de un Estado judío. Pero su antisionismo surgió de forma orgánica de su humanismo secular, yiddish, judío y diaspórico. No se convirtieron en antisionistas y luego en izquierdistas: eran izquierdistas, humanistas e internacionalistas. Así que, cuando el movimiento sionista empezó a cobrar fuerza en la década de 1940, lo vieron como la antítesis de todo lo que se suponía que debía ser la cultura judía progresista.

Su análisis consideraba el sionismo como una forma de fascismo alineado con el imperialismo, todo lo contrario de su internacionalismo progresista. En la década de 1930 se publicaron numerosos ensayos que defendían esta tesis. William Zukerman, un conocido periodista judío socialista que más tarde fundó un boletín informativo en la década de 1950, se refirió al sionismo como «judaísmo ametrallador». Llamó abiertamente «fascistas» a los sionistas. Robert Gessner calificó el sionismo revisionista de [Ze’ev] Jabotinsky como «un pequeño Führer en el Mar Rojo». Mike Gold, probablemente el comunista judío más destacado de los años treinta y cuarenta, describe esencialmente al villano sionista de su novela, Baruch Goldfarb, como un político de derecha de Nueva York, un espía sindical y un rompedor de votos. Para ellos estaba claro: los sionistas eran los Roy Cohn del mundo.

SB

¿Dónde está el origen de esta concepción del judaísmo? ¿Dónde ve usted posibles influencias?

BB

El primer hecho contraintuitivo que hay que entender es que la izquierda judía estadounidense fue una especie de desarrollo autóctono, no fue importada de otros países. De hecho, yo daría la vuelta a la pregunta y preguntaría: ¿por qué surgió una izquierda judía en Estados Unidos? Puede parecer improbable, dado que Estados Unidos no es precisamente conocido por su progresismo.

Sin embargo, también es importante recordar que el Primero de Mayo tiene su origen en Estados Unidos. Karl Marx, por ejemplo, escribió de forma muy conmovedora sobre el movimiento obrero estadounidense; en las décadas de 1870 y 1880 se produjeron en Estados Unidos algunas de las huelgas y movilizaciones más radicales del mundo. Los mártires de Haymarket y el movimiento por la jornada de ocho horas tuvieron una enorme influencia en la izquierda mundial.

Este es también un momento en el que vemos una gran afluencia de judíos, en su mayoría de clase trabajadora, que huyen del Pale of Settlement (área de asentamiento) en Europa del Este y llegan en medio de esta vorágine de actividad sindical. Estos judíos eran conscientes de la conexión entre la emancipación judía y las revoluciones democráticas europeas: llegan a Estados Unidos y se encuentran con activistas laborales alemanes, mexicanos y otros inmigrantes. Estos inmigrantes judíos de habla yiddish llegaron a Estados Unidos, se unieron a las filas del proletariado y se encontraron con socialistas alemanes y otros inmigrantes. Muchos de ellos se hicieron socialistas no en Europa, sino una vez que llegaron a Estados Unidos.

La pregunta interesante no es «¿por qué se unieron los judíos a la izquierda?». Muchos grupos étnicos en Europa tuvieron una presencia desproporcionada en la izquierda durante un tiempo. Los alemanes en el siglo XIX, y a principios del siglo XX, los finlandeses, constituían una gran parte del Partido Comunista. La pregunta es más bien cómo y por qué la izquierda judía en Estados Unidos tomó la forma que tomó.

Los judíos eran en realidad muy similares a otros grupos étnicos que trajeron consigo el radicalismo o se radicalizaron una vez que se unieron al movimiento obrero estadounidense. Pero ¿por qué persistió el radicalismo? En el caso de los finlandeses y los alemanes, duró básicamente una generación, tal vez dos. Pero en el caso de los judíos, se mantuvo. En todo caso, hasta la década de 1950, los judíos que eran miembros del movimiento socialista se radicalizaron cuanto más tiempo permanecían en Estados Unidos.

La narrativa que se escucha de muchos historiadores judíos es que los radicales vinieron de Europa, pero que tan pronto como se asimilaron, se convirtieron en demócratas liberales. Eso no es lo que sucedió realmente. Estos millones de inmigrantes judíos se convirtieron en socialistas al llegar. Cuanto más tiempo permanecían, más confianza tenían para expresar sus ideas políticas radicales. Mike Gold, por caso, era un inmigrante de segunda generación. La mayor parte del Partido Comunista, como deja claro el historiador Michael Denning en The Cultural Front, estaba formado por estadounidenses de segunda y tercera generación, y gran parte de ellos eran judíos. La izquierda judía constituía una parte importante de los blancos étnicos del Frente Popular.

Una de las razones por las que los judíos permanecieron más tiempo en la izquierda es que, a diferencia de la izquierda europea, la izquierda estadounidense tuvo que aprender el lenguaje del antirracismo. Estados Unidos no es solo una sociedad diversa, es un país construido sobre la esclavitud y el genocidio indígena. Los afroamericanos constituían una parte importante del movimiento obrero, especialmente en las ciudades del norte. A finales del siglo XIX y principios del XX, los organizadores sindicales se dieron cuenta de que los patronos utilizaban el racismo para dividir al movimiento obrero. Las facciones más progresistas y con visión de futuro del movimiento obrero, como los Wobblies, algunas alas del Partido Socialista y el Partido Comunista, comprendieron que no solo tenían que ser antirracistas, sino que debían acoger activamente a la clase obrera negra. Esa era la única manera de construir un movimiento de izquierda que valiera la pena.

Para los judíos estadounidenses, era la primera vez que formar parte de una minoría étnica de izquierda no estaba reñido con la política de izquierdas. En Europa, como explica Enzo Traverso en La cuestión judía: historia de un debate marxista, la izquierda europea a menudo se debatía sobre qué hacer con los movimientos judíos autónomos. El Bund, por ejemplo, chocaba con frecuencia con otras organizaciones de izquierda. Pero en Estados Unidos la izquierda se convirtió en el primer espacio político en el que existía un movimiento multiétnico y de izquierda en el que la política étnica judía no era antizquierdista sino parte integrante de la cultura estadounidense de izquierda. Como observó Stuart Hall sobre otro país colonizador, «la raza era la modalidad a través de la cual se vivía la clase», y para generaciones de judíos que aún recordaban la experiencia de ser ciudadanos de segunda clase en Europa, esta era una modalidad que apelaba a su sentido común.

Otro factor importante fue que muchos judíos de izquierda se identificaron con los afroamericanos como una forma de afrontar y procesar sus propias experiencias con el antisemitismo. Los judíos que llegaron a Estados Unidos pudieron ver la conexión de inmediato, en particular los judíos inmigrantes de Europa del Este que se unieron a los nacientes movimientos socialistas y comunistas. Cuando los inmigrantes judíos en Estados Unidos vieron a los afroamericanos linchados, quemados vivos y sometidos a todo tipo de violaciones físicas, muchos lo reconocieron de inmediato. Muchos judíos estadounidenses rechazaron la solidaridad interracial, pero muchos de los que se unieron a la izquierda entendieron que la solidaridad interracial no solo era el principio fundamental del socialismo en Estados Unidos, sino también la identidad judía diaspórica.

Se podría decir que se trataba de una forma de asimilación de izquierda. Intentaron traducir su experiencia judía a lo que consideraban un «idioma estadounidense». Y dentro de la izquierda obrera, ese idioma estadounidense era el antirracismo, al igual que otros judíos, que buscaban asimilarse a la blancura dominante estadounidense, interpretaban el idioma estadounidense como racismo.

Para bien o para mal, los judíos llevan mucho tiempo viéndose a sí mismos como una comunidad —una comunidad diaspórica— allá donde van. Existe la expectativa compartida de que, dondequiera que se establezcan los judíos, se reúnen, se organizan y mantienen una vida comunitaria. Ese sentido de identidad colectiva y de construcción de comunidad no desapareció en Estados Unidos. Los judíos de izquierda hicieron lo mismo. Había fiestas, rituales, eventos comunitarios y la sensación de que, dondequiera que fueras, te reunías con otros judíos. Eso no era necesariamente el caso de otros grupos étnicos blancos en diáspora.

SB

Existe una narrativa habitual según la cual los judíos se desplazaron hacia la derecha en proximidad a la asimilación y el sionismo, quizás a partir del final del Holocausto y la fundación del Estado de Israel y el sionismo consensuado después de 1967 y la Guerra de los Seis Días. Usted complejiza ese análisis al señalar el papel increíblemente influyente que tuvo también el «miedo al comunismo» en este proceso. ¿Cómo afectaron el «miedo al comunismo» y el macartismo de la década de 1950 a la autoconcepción y la política de los judíos estadounidenses?

BB

El «miedo al comunismo» es un hecho increíblemente subestimado de la vida judía estadounidense. No se puede subestimar el antisemitismo del «miedo al comunismo» y la desintegración de la antigua izquierda judía. Dos tercios de los citados ante el Comité de Actividades Antiamericanas (HUAC) en 1952 eran judíos, en una época en la que los judíos representaban menos del 2% de la población estadounidense. John E. Rankin, líder del HUAC en el Senado, se dedicó a «desenmascarar» los nombres judíos de las personas investigadas, actuando como si eso los «revelara» como comunistas.

La JPFO, la mayor organización judía de izquierda, fue ilegalizada por el Gobierno. El Congreso de los Derechos Civiles, la mayor organización de derechos civiles asociada al Partido Comunista y cuyo liderazgo era mitad negro y mitad judío, fue igualmente prohibida. Así que cuando se habla de la asimilación de la izquierda judía al liberalismo, también hay que hablar del hecho de que la izquierda judía estadounidense fue efectivamente aplastada. El propio Partido Comunista, en su apogeo, contaba con unos 100 000 miembros, de los cuales aproximadamente la mitad eran judíos. Lo que constituía la columna vertebral militante del movimiento obrero progresista y del Congreso de Organizaciones Industriales (CIO), la docena de sindicatos militantes alineados con el Partido Comunista, fue derribado.

Así pues, el giro de los judíos hacia el liberalismo estadounidense fue, en parte, el resultado de la violenta represión de la izquierda judía. La Nueva Izquierda aprendió esta lección. En mi libro cuento varias historias sobre activistas de Estudiantes por una Sociedad Democrática (SDS) que eran hijos de comunistas y aprendieron de sus familiares que, si iba a haber un movimiento de izquierda serio en Estados Unidos, tenía que ser anticomunista. Yo diría que esa fue una de las verdaderas innovaciones de la SDS.

SB

Usted habla de lo que llama organizaciones «neobundistas», algunas de las cuales siguen siendo referencias del movimiento, como Jews for Racial and Economic Justice (JFREJ) y otras que ayudaron a sentar las bases para grupos como Jewish Voice for Peace (JVP), que siguen liderando gran parte de nuestra imaginación judía radical. Pero también señala que el propio Bund Laborista Judío nunca tuvo un gran arraigo en Estados Unidos. Entonces, ¿cómo llegaron las ideas del Bund y la conciencia y el particularismo judíos revolucionarios a la Nueva Izquierda y más allá?

BB

Mi impresión es que el Bund en sí, como organización, tenía muy poca presencia. Había bundistas y existía un circuito en el que los bundistas venían a Estados Unidos y volvían a Europa del Este, llevando y trayendo la buena nueva. El Bund incluso abrió una oficina en la ciudad de Nueva York en 1946. Así que había alguna presencia del Bund, pero nunca fue el protagonista.

Parte de la razón por la que no dominó la izquierda judía fue que ya existía un movimiento socialista en Estados Unidos y, posteriormente, un movimiento comunista que ya era en cierto modo bundista. El nacionalismo cultural judío estaba en el aire de muchas maneras, no solo directamente desde el Bund. En esta era anticolonial, se articulaban muchas versiones izquierdistas de la autonomía nacional. Estaba el nacionalismo anticolonial, el nacionalismo irlandés y, en la década de 1920, la Unión Soviética articuló esta idea de ser un «mosaico de naciones».

La ideología oficial soviética era que no eran simplemente un proletariado o un campesinado indiferenciado, sino un mosaico de culturas nacionales, lo que el académico Steven S. Lee denomina la «vanguardia étnica» del internacionalismo socialista, al menos antes del ascenso de [Iósif] Stalin. Podías tener tu periódico en yiddish, tu sección del Partido Comunista que se reunía por su cuenta y también participaba en reuniones más amplias con todos los demás, y seguir formando parte de un entorno más amplio, multiétnico y multicultural de los Estados Unidos.

En otras palabras, el multiculturalismo estadounidense. Como argumentó una vez el historiador Paul Mishler, el multiculturalismo surge de la izquierda multiétnica de los años veinte y treinta. La noción de Estados Unidos como un mosaico, una nación formada por muchas naciones, era una idea popular entre la izquierda de la época. Era una refutación tanto de la tesis del «crisol de culturas» del liberalismo estadounidense como del esencialismo de clase del Partido Socialista.

Así pues, el judaísmo bundista estadounidense tiene fuertes raíces en el multiculturalismo estadounidense, del que la izquierda judía formaba parte importante. Cuando una especie de política identitaria judía resurgió en la Nueva Izquierda, en la década de 1970, lo hizo en un contexto en el que la Nueva Izquierda volvía a explorar el nacionalismo revolucionario. Muchos de esos nacionalistas revolucionarios miraron hacia el Partido Comunista de los años treinta y cuarenta y lo vieron como un antecedente directo.

Se fijaron en cosas como la petición «We Charge Genocide», que surgió del Congreso por los Derechos Civiles. Miraron hacia atrás, a figuras como Claudia Jones, una marxista caribeña, o C. L. R. James, intelectuales negros, caribeños y marxistas de Estados Unidos. Esta noción de nacionalismo revolucionario se rearticuló, y los judíos de izquierda respondieron en diferentes direcciones.

Algunos decían: «Somos revolucionarios; no queremos tener nada que ver con la política judía». Pero había otros que iban en sentido contrario y decían: «Sí, queremos formar parte de este nuevo nacionalismo revolucionario de los años setenta y contribuir como judíos». Se podría decir que la aparición de grupos como JVP y JFREJ surgió de la izquierda de la política identitaria de los años setenta.

Esa política identitaria de izquierda era también una forma de responder al auge de lo que la gente consideraba sionismo obligatorio. No era necesario ser sionista para ser un judío radical de izquierda y, sin embargo, seguir articulando una identidad judía o un sentido de pertenencia comunitaria judía. El neobundismo de la década de 1970 —con la revista Chutzpah, el Brooklyn Bridge Collective y la comunidad radical judía— surgió de este entorno. Figuras como Melanie Kaye/Kantrowitz, fundadora de JFREJ, formaron parte de esa tradición.

SB

¿Qué modelo de judaísmo ofrece la izquierda judía actual, aparte del simple antisionismo? ¿Cómo concibe la identidad judía y cómo ha heredado esa concepción de una época anterior de la izquierda judía?

BB

Existe un punto de tensión en la izquierda judía sobre la centralidad del antisionismo. Un compañero mío, Jon Danforth-Appell, publicó un artículo en Jewish Currents que aborda este debate. Creo que algunos judíos de izquierda sienten frustración porque la izquierda judía está muy centrada en el sionismo, en detrimento de la construcción de organizaciones judías progresistas que sirvan y den voz a sus propias comunidades. Además, esto da la impresión de que el sionismo es un problema judío en Estados Unidos, cuando en realidad es tanto un problema del imperialismo estadounidense.

Dicho esto, no hay otra salida que atravesarlo. El mundo judío ha sido subsumido por el sionismo. Todas las principales instituciones judías de Estados Unidos hoy en día son agresivamente sionistas. No se puede tener una organización judía que no aborde el hecho de que todo el aparato institucional del mundo judío «liberal» estadounidense está apoyando a Israel en un momento de genocidio, cuando el Gobierno israelí ha sido capturado por fascistas apocalípticos.

La izquierda judía debe abordar el sionismo y organizarse en solidaridad con los palestinos. La otra pieza es esta instrumentalización y movilización de la identidad judía, no solo para silenciar a las organizaciones propalestinas, sino también como expresión de la supremacía blanca. Ser un judío de izquierda es tener tu identidad movilizada, te guste o no. Pero también creo que la tarea de la izquierda judía es imaginar que habrá un mundo después de esta crisis, y que se necesitarán organizaciones y comunidades que perduren más allá del momento de intensidad ardiente que estamos viviendo y muriendo.

Para bien o para mal, los judíos somos una comunidad organizada. Llevamos miles de años organizándonos como pueblo diaspórico, y eso es un recurso y una forma de pensar sobre cómo continuar mucho después de que pase la crisis inmediata en la que nos encontramos. En la medida en que los judíos vayan a tener organizaciones institucionales en Estados Unidos —y parece que así será—, tendremos que organizar contrainstituciones.

A menudo se difama a JVP por ser oportunista y solipsista. No es ni lo uno ni lo otro. Es una comunidad real. JVP Chicago se formó hace más de una década a partir de organizaciones anteriores, y si vas a una reunión hoy, te encontrarás con muchas de las mismas personas. JVP tiene, obviamente, algunas diferencias con la izquierda judía del pasado. A menudo se le tacha de demasiado secular, pero JVP tiene muchos miembros muy religiosos. La gente celebra las fiestas, reza en las reuniones. Tiene un Consejo Rabínico. No había rabinos en la sección judía del Partido Comunista. JVP articula la misma visión internacionalista para la comunidad judía que el Partido Comunista u otras organizaciones judías de izquierda en el pasado y construye ese sentido de comunidad.