Claudio Katz2
Milei se ha posicionado en un lugar protagónico de la derecha mundial. Canalizó como en otras latitudes gran parte del descontento generado por décadas de crisis económica, degradación social y hastío con el sistema político. Y al igual que sus pares encauzó ese malestar contra los sectores más desamparados de la sociedad. Desplegó la misma actitud disruptiva, se calzó el mismo disfraz de rebelde y adoptó la misma pose contestaria.
El libertario anticipa los atropellos que sus colegas preparan en otros países. Ya se olvidó de la casta y agrede a los hambrientos, almacenando los alimentos que no entrega a los comedores comunitarios. Perpetró un recorte inédito de ingresos a los jubilados e incrementa los despidos con una crueldad y un sadismo nunca vistos.
Milei prioriza el ataque a los desposeídos con la misma saña que sus socios del Primer Mundo estigmatizan a los inmigrantes. Los extranjeros no son maltratados en las metrópolis por su condición de foráneos, sino por su carencia de recursos. Padecen una denigración que no se extiende al jeque árabe de Marbella o al inversor de sudamericano de Miami.
El chivo expiatorio de Milei son los trabajadores informales de los movimientos sociales. Son atacados con la misma artillería que los africanos y árabes en Europa o los mexicanos y precarizados en Estados Unidos. El libertario utiliza la misma cortina de humo que sus compinches internacionales para defender los privilegios de los poderosos grupos capitalistas.
En todos los rincones del mundo, la ultraderecha se expande para aplastar a las organizaciones populares. En América Latina busca anular las conquistas conseguidas durante el ciclo progresista de la década pasada. Despliega una explícita venganza contra ese proceso, para frustrar su repetición actual y su profundización futura. En Argentina pretende modificar las relaciones sociales de fuerzas para destruir los sindicatos, arrasar las cooperativas y quebrantar las organizaciones democráticas. Las clases dominantes toleran todos los exabruptos de Milei con la expectativa de consumar ese atropello.
EMBLEMAS COMUNES
El libertario argentino ha puesto en marcha el giro político hacia el autoritarismo reaccionario, que promueven todos sus cofrades del planeta. Esos dos términos sintetizan la mejor definición de la oleada en curso. Es autoritaria porque pretende estrangular la democracia dentro del régimen político actual, gestando Estados fuertes que criminalicen las protestas y sometan a los opositores. Es el modelo introducido por los mandatarios de Hungría y Polonia y es el programa que motoriza Trump para su eventual retorno a la Casa Blanca. El magnate espera controlar la prensa, manipular la justicia y manejar los servicios de inteligencia. El mismo esquema -con mayores aditamentos represivos- construye Bullrich en el plano local, para emular la virulencia de los golpistas que gobiernan Perú.
La impronta reaccionaria es igualmente compartida por todos personajes derechistas, que reflotan los mitos de sus países. Trump recrea la nostalgia del dominio global norteamericano, convocando a engrandecer nuevamente a los Estados Unidos. Sus colegas ingleses promovieron el Brexit con reminiscencias muy semejantes del pasado victoriano. Vox invita a fantasear con la antigua supremacía colonial de España y Milei no se queda atrás, con sus llamados a recrear la prosperidad de una oligarquía que exportaba granos y carne a espaldas del país.
El autoritarismo reaccionario del siglo XXI no repite el fascismo clásico, que a mitad de la centuria pasada forjó regímenes totalitarios, para intervenir en la guerra mundial y sofocar el avance del socialismo. Pero pretende neutralizar todos los aspectos democráticos de los sistemas constitucionales actuales, incorporando varios elementos del neofascismo. Ya incluye por ejemplo la acción de las bandas terroristas (por ahora marginales), que han consumado más crímenes que el diabolizado yihadismo. Una derivación de esas espeluznantes incursiones fue el intento de asesinar a Cristina Fernández de Kirchner.
Los gestores de la avalancha marrón despliegan en todo el mundo cuatro estandartes comunes. En primer lugar, el punitivismo, la mano dura, y la tolerancia cero frente a cualquier delito de los pobres. Eximen por completo a los ladrones de guante blanco de esa penalización, con el modelo de encarcelamiento indiscriminado que publicita Bukele y pondera Bullrich.
El antifeminismo es el segundo emblema de los derechistas. Rechazan todas las conquistas del movimiento de mujeres y justifican esa oposición con una extraña victimización del hombre, como nuevo damnificado de la ¨ideología de género¨. La opresión femenina es tan sólo resaltada, cuando contribuye a potenciar los estereotipos de violencia asociados con alguna minoría hostilizada (islámicos, afroamericano, cabecitas negras). Milei participa de esa oleada cerrando institutos y desfinanciando investigaciones, con la mira puesta en revertir las leyes de igualdad conseguidas en Argentina.
La tercera enseña de la avalancha reaccionaria es el anticomunismo delirante, que presenta a Biden como un renombrado socialista. Milei encabeza esa ceguera macartista situando a Petro, Lula o López Obrador en universos próximos al comunismo. Motoriza una incansable campaña contra el marxismo, detectando irradiaciones de ese mal en todos los costados de la sociedad. Su batalla cultural contra la izquierda incluye demoler la cultura, destruir el cine, deteriorar el teatro, despedazar Tecnópolis y reordenar la enseñanza escolar erradicando la pluralidad de opiniones.
Finalmente, la derecha tiende a resucitar el viejo nacionalismo nativista, con su tradicional carga de resentimientos contra el extranjero, para enaltecer el pasado y endiosar la identidad nacional. Con ese espíritu Vox reconstruye el españolismo, rememora la ¨guerra contra los rojos¨ del 36 y exalta el ¨día de la raza¨ para repudiar al despertar de los pueblos originarios de América Latina. Milei comparte esa resurrección falangista reivindicando a las dictaduras del Cono Sur y Villaroel revitaliza el mismo ensueño con desfiles militares, para exigir el indulto a los genocidas.
Pero esa variedad del nacionalismo continúa apagada en América Latina, porque perdió el prestigio y el sustento militar del pasado y carece de cimientos materiales o pilares desarrollistas. También en Europa el nacionalismo reaparece a la defensiva. Corporiza un repliegue identitario muy distante del viejo nacionalismo chauvinista, que apuntalaba guerras fronterizas de una potencia contra otra. Lo que actualmente prevalece es un paneuropeísmo enmascarado en el derecho a la diferencia, que ensalza una identidad cristiana, occidental, blanca y patriarcal contrapuesta a los inmigrantes de África y el mundo árabe.
VERTIENTES BAJO EL MISMO MANDO
La ultraderecha emerge en el mundo como consecuencia de la crisis económica y el agotamiento del ensueño neoliberal de la globalización. Irrumpe en el nuevo escenario de intervención estatal que sucedió al salvataje de los bancos (2008-09) e incluye dos tendencias contradictorias. Por un lado, corporiza el giro keynesiano hacia la regulación estatal y por otra parte refuerza el individualismo mercantil en la lógica neoliberal.
El elemento regulador está a la vista en el proteccionismo de Trump, en las políticas de intervención que sugiere Meloni o propone Le Pen y en la defensa de los aranceles agrícolas de la Unión Europea. El elemento neoliberal se verifica en el reforzamiento de las privatizaciones, las exenciones impositivas a los ricos y la desregulación laboral.
Esa misma impronta está presente en el negacionismo climático al servicio de empresas petroleras y en la fantasía antiverde de resolver el desastre del medio ambiente, con respuestas espontáneas del mercado. La misma idolatría mercantil es profesada por los nuevos millonarios de la ultraderecha digital, que imaginan un timón mercantil de la Inteligencia Artificial. Nunca explican cómo esa conducción podría pavimentar su auspiciada prosperidad universal.
La cultura neoliberal está muy presente, además, entre los patrocinantes religiosos del rumbo derechista. El extremismo cristiano de Estados Unidos y los Pentecostales de Brasil sustituyen el culto tradicional por una teología de la prosperidad, en manos de improvisados predicadores, que erigen sus propias iglesias para propagar las reglas del emprendedor, con mensajes de individualismo competitivo.
Ese elemento neoliberal predomina en toda la ultraderecha latinoamericana que abjura del industrialismo desarrollista. Milei extrema esa partida con posturas anarcocapitalistas, pero navega a contramano de sus principales colegas del mundo desarrollado. El fanatismo ultraliberal que propaga no obedece tan solo a su ceguera ideológica. Gestiona la gravísima crisis económica argentina al servicio de mandantes financieros, que bendicen su discurso para justificar el ajuste y cobrar una deuda fraudulenta.
Trump es sin duda el principal referente de la ultraderecha mundial. Encabeza un espacio forjado en Estados Unidos a partir de la revolución conservadora de Reagan, que se consolidó con el Tea Party. Esos dos pilares alimentaron la base de millonarios, medios de comunicación, iglesias y militantes que impusieron el viraje del Partido Republicano.
El magnate ha extendido su red a escala internacional, con sostén de las organizaciones tradicionales de la derecha estadounidense (CPAC) y sus ramificaciones religiosas. Intentó con Banon constituir una Internacional Parda enlazada a Europa, pero afrontó la resistencia de Le Pen. Sin forjar ese organismo, introdujo igualmente un nivel de coordinación sin precedentes en una ultraderecha novedosamente globalizada.
Trump intenta articular con sus pares la guerra comercial recargada que prepara contra China. Actúa en sintonía con la continuada supremacía norteamericana en el sistema imperial. Pretende consolidar una agenda europea sometida a Washington, a partir de cierto acuerdo con Rusia para terminar o atemperar la guerra de Ucrania. Sus socios del Viejo Continente ya discuten ese mandato, contra un sector belicista reacio a la rendición.
En América Latina, la subordinación al trumpismo es total y no presenta esos matices. Milei es un soldado disciplinado a las órdenes de Washington. Con viajes al exterior, discursos en Davos, dardos contra China y retiro de los BRICS se desenvuelve como un típico lacayo del poder norteamericano.
En el desarrollo general de la ultraderecha mundial conviven procesos de larga data e irrupciones más recientes. Al igual que en Estados Unidos, la gestación europea lleva varias décadas e Italia es un ejemplo de esa maduración. Allí despuntó primero con una impronta neoliberal (Berlusconi), se consolidó posteriormente sin vertientes extremas (Fini) y sustituyó finalmente la hostilidad del Norte del país hacia el Sur por el rechazo europeísta de los inmigrantes del Tercer Mundo (Salvini). Recientemente reafirmó esos giros (Meloni).
En América Latina esa mutante dinámica de la derecha es más reciente. Milei llegó a último momento usurpando la preparación que incubó Macri y afloró durante la Pandemia. Corporiza junto a Netanyahu la variante más virulenta de la oleada en curso. Ambos se han distanciado del acotado modelo previo para poner en práctica los mensajes incendiarios. El genocidio en Palestina y la brutalidad del ajuste en Argentina ilustran esa implementación brutal del programa reaccionario.
La obscena afinidad de Milei con Netanyahu ilustra también el giro general de la vieja derecha antisemita hacia a la islamofobia y la convalidación del apartheid anexionista del sionismo. El anarcocapitalista argentino extrema esa convergencia con actitudes ridículas, adoptando los códigos de las sectas medievales del judaísmo y consumando una agresión descarnada contra el mundo árabe.
Milei añadió a su habitual cuota de exotismo los rasgos más insólitos de sus socios internacionales. Adoptó especialmente una visión paranoica de la realidad política, que atribuye cualquier adversidad a la presencia de una conspiración. Difunde esa alocada simplificación, con la misma naturalidad que sus colegas exaltaron la antivacunación y el terraplanismo. Pero el presidente argentino afronta un escenario mucho más adverso que sus correligionarios. Sigue lidiando con una crisis económica explosiva y no ha forjado la tropa adicta de sostén callejero, que exhiben Trump, Bolsonaro y Le Pen.
LAS RESPUESTAS EN MARCHA
Ciertamente la ultraderecha avanza en el mundo con gran presencia en países claves como India. Esta tendencia se afianzará si Trump gana elecciones, luego de haber forzado la deserción de su envejecido rival. El mismo espacio amplió su gravitación legislativa en el Viejo Continente, pero sin conseguir el manejo directo de la Unión Europea.
Todas las vertientes del espectro reaccionario aprovechan la crisis de la credibilidad de la comunicación tradicional, para extender su influencia en las redes, con el sostén monetario del gran capital. En un marco general de gran descreimiento han capturado la disconformidad, con ese uso desfachatado del universo digital. Milei ha perfeccionado esa manipulación, con las mentiras que instala su banda de trols para fijar la agenda política cotidiana.
Pero la continuidad del alud derechista mundial no es un devenir inevitable. La tendencia regresiva puede ser derrotada en las calles y en las urnas, si despunta una decidida acción para doblegarla. Esa respuesta es posible, pero se requieren políticas contundentes que superen las vacilaciones actuales.
Las incursiones reaccionarias ya afrontaron varias derrotas en América Latina. Fracasó el golpe en Bolivia y la secesión de Santa Cruz. También falló la asonada en Brasil y el intento de doblegar al progresismo en México. En Venezuela se juega, ahora, otra partida decisiva contra los artífices de incontables complots y en Argentina el resultado final sigue pendiente.
Es importante observar las lecciones que aporta Francia a esa resistencia. Allí se logró un gran alivio en la última elección. Había una gran amenaza de victoria de Le Pen y emergió un sorprendente éxito de la izquierda. Fue una ironía de la historia, que el sistema electoral forjado para impedir ese resultado haya facilitado la derrota de la ultraderecha.
Para ese logro fue determinante la movilización popular, la rápida creación de un frente y el acierto de unificar candidatos. También fue decisivo el programa antineoliberal que difundió la izquierda, con planteos radicales de Asamblea Constituyente e impuestos a las grandes fortunas para financiar las pensiones. En la campaña se logró efectivizar un contrapeso eficaz a los medios de comunicación que diabolizaban a Melanchon y luego de los comicios fue impactante el sólido mensaje para promover un gobierno de izquierda.
Es cierto que derecha duplicó sus porcentajes y se mantiene como el principal enemigo. Pero quedaron abiertos nuevos escenarios, que incluyen batallas internas en la izquierda contra la renovada influencia de social-liberal del Partido Socialista. Hay muchos debates sobre la eventualidad de una cohabitación con la izquierda, pero Francia ya indicó un camino para frenar a la derecha.
Argentina tiene algunos parecidos con Francia en la resistencia educativa, la fuerza del movimiento social y la gravitación de los sindicatos. Pero no comparte la existencia de una fuerza política capaz de lograr la contención de la ultraderecha. Lo que ya existe en otros países sigue ausente en nuestro país y la derrota de Milei exige superar esa carencia.
4-8-2024
1Síntesis de la ponencia expuesta en Rebeldías, Nueva Derecha y lucha contra el fascismo, 31-7-2024, Fundación Rosa Luxemburg, Buenos Aires.
2Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz