Daniel Cadabón (especial para ARGENPRESS.info)
El asesinato a mansalva de luchadores obreros y populares por parte de fuerzas del Estado y por grupos armados por capitalistas para la defensa de sus intereses, hace hervir la sangre y llena de repugnancia y asco a cualquiera que considere a la lucha popular como un estadio permanente en la defensa de los derechos básicos de los trabajadores y el pueblo.
El verdadero progresismo, no ya socialismo, pasa por entender que la rueda de la historia gira hacia adelante y que es la movilización popular con sus propios métodos e independiente de la “cultura oficialista” la que transforma las relaciones de dominación entre explotadores y oprimidos.
El derecho a la tierra, a la salud y a condiciones dignas de trabajo, se sostiene a través de la historia de la mano de la movilización, del piquete, de la ocupación, de la huelga. No existe rasgo más conservador en cualquier persona, por más progresista que se considere así misma, que esperar que el Estado se vuelva benefactor y que a las masas sólo les cabe esperar pasivamente a que sus problemas los resuelvan los mismos representantes del capitalismo, que los origina.
“La reacción” es en términos políticos un intento permanente por frenar el avance en las conquistas sociales de las masas; es la intención de defender las posiciones consolidadas; es una barricada armada por represores, banqueros y usureros de toda índole a la que se le suman elementos desclazados que piensan a la sociedad en términos corporativos, camarillas infames que proyectan sus propios intereses por encima de los intereses del conjunto y de las necesidades mayoritarias del pueblo pobre y de sus organizaciones.
Esas camarillas desclazadas discuten su “asco” subjetivo, en salones bien calefaccionados, por una paliza electoral, pero, son incapaces de discutir críticamente en su ámbito de militancia cotidiano, los restaurantes de lujo en los que cenan, las políticas oficiales que relegan a millones de personas a la condición de ser esclavos de un régimen de dominación de las pandillas armadas por banqueros, mineros, petroleros y terratenientes. Hablan de porcentajes: 30% de pobres pero no se ponen en el cuero de esas doce millones de personas que apenas subsisten a una dieta baja en calorías y proteínas.
Ayer fue en Jujuy, donde la reacción, en un nuevo intento por frenar la rueda de la historia que marcha hacia el futuro, reprimió criminalmente a la clase obrera y volvió a dejar los cuerpos inermes de 4 trabajadores y más de 30 heridos graves. Ayer fue en Jujuy donde la fuerzas renovadas de los Blaquier retomaron su viejo “vicio” de movilizar patotas armadas, que funcionan en conjunto con las fuerzas policiales y la justicia jujeña, para apagar 4 vidas. Los terratenientes jujeños siempre apostaron a la oscuridad con el objetivo de extender los alambres de sus ingenios. La concentración de tierras despoja de un derecho a los que no tiene viviendas, quita el derecho de alumbrar nuevos niños a las familias condenas al hacinamiento. La reacción es siempre oscuridad, acostumbrada a las penumbras de las velas de las grandes catedrales donde se dan misas en su nombre para perdonar sus pecados mientras se defiende su derecho a la propiedad privada.
Ni una ni 6,7,8 palabras sobre la sangre que no deja de correr, sobre los gases fascistas que ahogan bebes de los barrios populares que se arraciman junto al alambrado del ingenio.
Ninguna carta abierta para repudiar las políticas oficiales que subsidian a las empresas del grupo. El kirchnerismo hace mutis. Defiende el enroque como una movida política genial: el kirchnerista Fellner, ahora senador pretende volver a ser gobernador; el actual gobernador, Walter Barrionuevo, pretende ser senador; la rueda de la historia kirchnerista, como se ve, intenta marchar para atrás, pura reacción para mantener en una de las provincias más pobres del país las posiciones consolidadas de los Ledesma a sangre y fuego.
Esta aventura reaccionaria es característica del oficialismo más allá del relato. Es la marca en el orillo, es el sello de nacimiento de un gobierno que se dio la tarea de consolidar las posiciones logradas por la burguesía en todas sus formas.
La muerte por asesinato de luchadores si que da asco. Puede ser en Jujuy –gobernado por el kirchnerismo- en el indoamericano gobernado y reprimido por la coalición macri-kirchnerista; en las vías del Roca, gobernadas por las patotas de Pedraza aliadas a Tomada; en Neuquén de los Sosbich-Sapag; en la Santa Cruz de Peralta-Kirchner o en la Buenos Aires, del gatillo fácil y de las desapariciones, de los Scioli-Cristina.
El asesinato de pobres que luchan, de militantes que luchan asquea y repugna, y si uno es honesto, amerita una condena de conjunto a un régimen político basado en el disimulo de defender los DDHH mientras dispara a fuego cruzado y militariza regiones enteras. Pero, no hay cartas abiertas de rompimiento, ni las habrá, porque la investigación de la represión jujeña trasciende las fronteras provinciales y llega al propio ejecutivo; los informes dan cuenta que el operativo represivo estuvo monitoreado desde Buenos Aires por la propia ministra Nilda Garré.
Ya se anunció, lo dijo el candidato Fellner del FPV, las muertes forman parte de una operación político mediática. Otra vez el kirchnerismo que actúa como victimario se coloca como víctima, ¿hasta cuándo, el luto por un hotelero puede anestesiar la conciencia social por los asesinados del pueblo? ¿Hasta cuando los “pliegues del lenguaje” de los intelectuales van seguir justificando asesinatos como una obra nacional y popular?
Nada más concreto, nada más real, que la muerte. No fueron muertes accidentales, fueron preparadas, política, judicial y operativamente. Seguramente hubo reuniones, cruces telefónicos, maldiciones, compromisos económicos. Si hay algo que queda claro, desde el asesinato de Mariano Ferreyra, para acá es que la burguesía y sus patotas están dispuestas a tirar por defender sus intereses de empresa y que cuando los burgueses se disponen a tirar no les tiembla el pulso.
Es la reacción, es la desesperación que provoca la arena que se escapa por entre los dedos, es la perdida de capital político. Ya lo dijo el viejo general Perón: cuando una masa de gente te sigue “o la regimentás o terminas ahorcado”, antes de eso la represión y el asesinato no dejan de ser un recurso disciplinador.
El kirchnerismo intenta hacer una campaña contra la derecha, que lo viene “paliciando” en las elecciones, sin otra idea que copiarle sus métodos.
Tan funesta y degradante es la posición represiva del oficialismo que hasta el propio Duhalde, responsable de otra masacre salió a enjuagar los colmillos. El propio Alfonsín y Gen de Stolbizer, que conocieron sus propias masacres cuando fueron gobierno (la Tablada, el puente Corrientes-Resistencia) se visten de corderos y humanistas. La supuesta lucha del kirchnerismo contra la derecha no hace más que darle argumentos a la reacción, y en función de la defensa de los intereses del capital la sangre termina por mancharle las manos a los nacionales y sus acólitos, sean estos intelectuales, barones del conurbano, burócratas sindicales o artistas asqueados de su propia existencia dependiente de la billetera oficial.
El titulo de esta nota tampoco es accidental, es histórico.
Hubo un hombre, un presidente, que no tuvo cartas abiertas que defendieran su gestión y que sin embargo, posiblemente, tendría más argumentos a favor para tener a los intelectuales progres de esta época de su lado. Se llamó Julio Argentino, conservador y militarista no ahorró sangre de indio para extender las fronteras alambradas de sus representados terratenientes. Aplico la ley de residencia para expulsar al activismo de los lugares de trabajo y reprimió con saña toda manifestación sindical de las organizaciones obreras. Claro, no dicto una ley de medios, pero dicto la 1420 de educación gratuita, laica, obligatoria y gradual en todo el país. El hombre estuvo preocupado por la tecnología, y aunque no se le ocurrió crear una tecnopolis, se convirtió en uno de los mejores pagadores de deuda a los imperialistas internacionales. Roca no tenía a un Aníbal Fernández en su gabinete, lo puso a Sarmiento, aunque el fraude electoral fuera tan auspicioso como en la actualidad y la proscripción a la izquierda figurara entre sus premisas más destacadas.
Todas estas medidas del “zorro roquista” no alcanzaron para que su figura fuera reivindicada por la intelectualidad progresista; tenía demasiada sangre en sus manos.
Sin embargo, Julio Argentino es un momento fundante de la política conservadora, represiva y entreguista de nuestro país. Pero como dijo la presidenta la historia no se ahorra caricaturas.
De todas maneras, como siempre se dijo, “julio los prepara, agosto se los lleva”. El kirchnerismo está acorde a esta sentencia popular.