Integración y socialismo: Una propuesta hemisférica

 

 

Marcelo Colussi – Guillermo Guzmán (especial para ARGENPRESS.info)

Introducción

Los pueblos latinoamericanos y caribeños conjuntamente con determinados gobiernos de nuestra área común, estamos actualmente muy atentos a nuestro destino independiente y al futuro mediato e inmediato. Nuestras conciencias se han estremecido con los sucesos sangrientos de las dictaduras militares del Cono Sur en estas pasadas décadas.

Las masacres genocidas acaecidas en Centroamérica, la injerencia del gobierno de los Estados Unidos en todos nuestros asuntos, el saqueo, la secesión y el latrocinio de Panamá, las bases militares por todo el continente, el llamado Comando Sur -amenazador hoy más que nunca- con sus garras criminales apuntando hacia todas las fuentes de recursos naturales: el petróleo, el gas, el cobre, el níquel, el oro, la madera, la Amazonia, el agua, el espacio aéreo ecuatorial, la biodiversidad, el hierro, el aluminio, el humus, todo eso es lo que determina asumir la defensa de nuestros pueblos frente al imperialismo del Norte que pretende estrangularnos y someternos a niveles de virtual esclavitud, en coordinación con las oligarquías vernáculas que siguen haciendo sus negocios en este nuevo escenario globalizado.
La conciencia popular es una instancia de primerísimo orden en lo que respecta a nuestra defensa. Si en el futuro inmediato la conciencia latinoamericana no rige las pautas que marquen nuestro propio desarrollo, estaremos perdidos. Hemos estado bombardeados de valores falsos que nos extravían, particularmente a la niñez y la juventud, pues fomentan el individualismo y las salidas cortoplacistas. Debemos deshacernos de esa compleja y pesada carga si queremos hacer valer la integración latinoamericana.
Desde fuera siempre resulta temerario diagnosticar cualquier fenómeno, cualquier cosa, cualquier enfermedad, y particularmente esto es cierto cuando se trata de algo tan complejo y delicado como es la educación.
El estado ideal hacia el cual debe orientarse el proceso educativo de los pueblos de América Latina tiene que ser, en consecuencia, inventado por nosotros mismos; tenemos que buscarlo, y si felizmente lo encontramos, entonces ha de surgir la necesidad de defenderlo de las acechanzas y amenazas que el imperialismo vuelque contra ello.
Puede parecer utópico, pero al decir de Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, "inventamos o erramos". Eso es tan vigente hoy como dos siglos atrás cuando fue pronunciado. Sólo de nosotros, de cómo podamos ir procesando los nuevos escenarios y los nuevos tiempos con proyectos propios, depende cómo demos respuestas que realmente nos sirvan, nos saquen del estado de postración en que estamos, nos den nuevas energías.
Latinoamérica esta signada por injustas relaciones de poder económico y político. La estructura de ese poder económico predominante es fundamentalmente cuantitativa, utilitaria, rentista y material; por otra parte, la del poder político es de subordinación, de orden, de amedrentar militarmente a los pueblos esclavizados, lo que les permite la capacidad de imponer obediencia. El orden social en América Latina no es más que una relación de poder y de subordinación monopolizado por la oligarquía estadounidense, que es quien ejerce el monopolio del poder. Podemos llegar a decir que el continente no es pobre; ¡es injusto!, lo cual es muy distinto.

El siglo XXI: un nuevo tiempo

Luego de años de neoliberalismo feroz y retroceso de conquistas por parte del movimiento de los trabajadores en todo el mundo, caídos el muro de Berlín y el bloque socialista de Europa, el campo popular hoy comienza a retomar con fuerza luchas históricas. En este proceso de retorno de los ideales de justicia, de búsqueda de otro mundo posible, juega un papel de gran importancia la Revolución Bolivariana que está teniendo lugar en Venezuela.
Las líneas que marcan el mundo en los finales del siglo XX y en los inicios del presente están dadas, por un lado, por la precarización en las condiciones de vida de las grandes masas en todos los continentes producto de ese triunfo omnímodo del gran capital sobre el campo popular, y por un unilateralismo militar irreverente por parte de la potencia ganadora de la Guerra Fría: Estados Unidos de América. Pero por otro, dada una lentificación en el ritmo de crecimiento económico de la gran superpotencia y en el aparecimiento de grandes bloques que le comienzan a disputar protagonismo, una nueva tendencia que también marca estos años es la recomposición del capitalismo a escala planetaria.
Estados Unidos sigue siendo en la actualidad la primera potencia económica mundial con un producto bruto interno aún muy grande en relación a quien le sigue: la República Popular China. De todos modos la pujanza de décadas atrás ha comenzado a detenerse. Junto a ello vemos que han aparecido en escena una Unión Europea con un euro que se pretende fortalecer y un bloque asiático (con Japón y China a la cabeza), que se muestran como polos de mayor dinamismo, de mayor vitalidad que los Estados Unidos, y que sin dudas comienzan a hacerle sombra.
La competencia capitalista, al menos en principio, no parece llevar la opción bélica entre estos gigantes. De todos modos la guerra interimperialista continúa, y la modalidad que va tomando es la del desarrollo de grandes bloques de poder continental basadas, fundamentalmente, en la competitividad económica y científico-técnica con países centrales dirigiendo el proceso y otros satélites que lo secundan. La creación de grandes bloques comerciales (Unión Europea, Cuenca del Pacífico) parece marcar el rumbo de las próximas décadas.
En ese contexto surge en el gobierno de Estados Unidos la idea del ALCA -Area de Libre Comercio para las Américas- como presunta "integración" continental, pero siendo en realidad un mecanismo de control hemisférico para afianzar su posición de potencia hegemónica para competir contra esos nuevos bloques emergentes.

ALCA: el intento de una recolonización continental

El hoy día fracasado ALCA representaba un proyecto geopolítico de Washington que, aunque comenzaba con la creación de una zona de libre comercio para todos los países del continente americano, buscaba en realidad el establecimiento de un orden legal e institucional de carácter supranacional que permitiera al mercado y las transnacionales estadounidenses una total libertad de acción en su ya tradicional área de influencia (su patio trasero latinoamericano). Los países que lo suscribieran tendían que transformar en constitucionales los arreglos surgidos de esta normativa, viendo aún más debilitada su capacidad de negociación y debiendo renunciar a su soberanía en la implementación de políticas de desarrollo.
Según expresara con total naturalidad Colin Powell, ex Secretario de Estado de la administración Bush (hijo): "Nuestro objetivo con el ALCA es garantizar para las empresas americanas el control de un territorio que va del Artico hasta la Antártida y el libre acceso, sin ningún obstáculo o dificultad, a nuestros productos, servicios, tecnología y capital en todo el hemisferio." Dicho en otros términos: un continente cautivo para la geoestrategia de dominación de Washington basada en el saqueo institucionalizado de materias primas, recursos naturales, mano de obra barata y precarizada e imposición de sus propias mercaderías en una zona de reinado del dólar. Por supuesto que la dependencia se asegura también, en último término, en las armas (léase: sus bases militares que hoy atenazan todo el subcontinente, desde Centroamérica a la Patagonia).
Considerando que todo esto es la esencia verdadera del mecanismo de integración que propone Washington, el ALCA no se pensó para traer de ninguna manera bonanza alguna para Latinoamérica y el Caribe. La preservación de todas estas asimetrías es vital para la estrategia hegemónica imperial, tanto como la multiplicidad de monedas regidas por el dólar y el mantenimiento de enormes brechas salariales. El ALCA es, en definitiva, un mecanismo recolonizador.
Un antecedente directo de este acuerdo lo constituye el NAFTA (sigla inglesa de "Tratado de Libre Comercio para América del Norte"), acuerdo suscrito en 1994 entre Estados Unidos, Canadá y México -que en realidad sólo ha beneficiado al primero de los tres-.
Debido a trabas interminables que se han dado en las negociaciones a partir de los intereses de los grupos de poder latinoamericanos que chocaban con los grandes intereses estadounidenses, pero más aún -y fundamentalmente- por la tenaz oposición del campo popular a través de los distintos movimientos sociales de protesta a lo largo de todo el continente- el ALCA no pudo entrar en funcionamiento para el 1º de enero del año 2005 tal como estaba previsto. Ante ello la estrategia imperial ha sido comenzar a buscar la firma de tratados regionales o bilaterales, siempre con la misma inspiración del tratado original, que a la postre le brinden similares resultados. Así lograron establecer tratados bilaterales (a principios del 2005: el RD-CAFTA -"Tratado de Libre Comercio para América Central y República Dominicana"-; posteriormente Colombia y Perú, en el año 2006, luego Chile y Uruguay) siempre en la misma lógica del ALCA que, en realidad, lo que menos tiene es “libre” comercio, dadas las asimetrías insalvables entre los mal llamados socios (Estados Unidos no es socio: sólo impone).
Ahora bien: si la integración se centra sólo en el lucro económico de las empresas, ningún beneficio para las grandes masas será tenido en cuenta, por lo que la integración no servirá a un genuino proceso de desarrollo social. Es necesaria, entonces, una integración basada en otros criterios. Pero el proceso de integración latinoamericana y de los países del Caribe es hoy, por diversas circunstancias, muy frágil.

¿Es posible la integración en América Latina?

Proyectos de integración dentro de América Latina ha habido muchos, desde los primeros impulsados por los líderes independentistas a principios del siglo XIX hasta los más recientes del siglo XX: la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio -ALALC-, la Comunidad Andina de Naciones -CAN-, el Mercado Común Centroamericano -MCC-, la Comunidad del Caribe -CARICOM-. Recientemente, y como el proyecto quizá más ambicioso: el Mercado Común del Sur -MERCOSUR-, creado por Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia en 1996, al que se han unido posteriormente Chile, Perú, Ecuador, Colombia y luego Venezuela. Sin contar, obviamente, con el intentado mecanismo de recolonización del ALCA, que en realidad es más un sumatoria de países bajo la égida de Washington que una genuina integración; mecanismo que, por cierto, no prosperó como estrategia regional, pero que derivó en mecanismos bilaterales que logran los mismos resultados.
Hoy día, en un mundo globalizado con desafíos cada vez más grandes en lo económico, en lo científico y en lo tecnológico, en una sociedad mundial regida cada vez más por la información y el conocimiento de vanguardia, y en el marco del aún dominante sistema capitalista, las posibilidades de crecimiento y desarrollo como país independiente parecen ya imposibles. Ante ello se torna imprescindible entonces el impulso de bloques de naciones. Estamos quizá ante el comienzo del fin de la idea de Estado-nación moderno, surgida en los albores del mundo post renacentista con un capitalismo naciente. Hoy la historia se juega en términos de bloques, de grandes bloques de poder económico-científico-político. Es por ello imperioso reconocernos en Latinoamérica como un gran bloque con historia común, y sin dudas también con un destino común.
Las burguesías nacionales que se desarrollaron a partir de la independencia formal a principios del siglo XIX han estado siempre en una relación de dependencia/complicidad con las potencias extranjeras. Son socios menores de los capitales transnacionales, o comercian con ellos los productos primarios que produce la región, pero la idea de unidad hemisférica independentista no pasa por su proyecto.
El punto máximo en el planteo de integración de esas aristocracias es el actual proyecto de MERCOSUR. Hay que destacar que ese mecanismo se centra en la integración capitalista, siempre ajena a los intereses populares. Para los sectores explotados en verdad no hay diferencias sustanciales entre el MERCOSUR y lo que intentaba el ALCA, reemplazado luego por tratados bilaterales. Como correctamente analiza Claudio Katz: "Las clases dominantes de la región se asocian pero al mismo tiempo rivalizan con el capital externo. Propician el MERCOSUR porque no se han disuelto en el proceso de transnacionalización. Estos sectores buscan adecuar el MERCOSUR a sus prioridades. Promueven un desarrollo hacia afuera que jerarquiza la especialización en materias primas e insumos industriales, porque pretenden compensar con exportaciones la contracción de los mercados internos. El problema de la deuda está omitido en la agenda del MERCOSUR. Los gobiernos no encaran conjuntamente el tema, ni discuten medidas colectivas para atenuar esta carga financiera. Han naturalizado el pasivo, como un dato de la realidad que cada país debe afrontar individualmente".
Dicho en otros términos: con el MERCOSUR no se pasa de "más de lo mismo".
Hoy día, ya desde hace unos años, por todo el continente comienzan a soplar nuevos vientos surgiendo prometedores -unos más, otros menos- gobiernos de centroizquierda. Pero es innegable que luego de años donde nos habíamos creído aquello del "fin de la historia" y de forzado neoliberalismo "más allá de las ideologías", renacen esperanzas adormecidas por años. Vuelve a hablarse de socialismo, de antiimperialismo, de Patria Grande. Aunque, para ser estrictos, todo este movimiento lejos está aún de posibilitar cambios estructurales profundos. La integración es aún un proceso muy frágil, y de momento sólo manejada por las derechas.
Entendida la integración como una nueva puerta que trascienda el MERCOSUR, comienza a tomar cuerpo la idea de una integración como proceso que conduzca a alternativas al modelo capitalista. Para las burguesías locales la integración no pasa de ser un campo de negocios que refuerce su poder. Contrariamente, para el campo popular la unidad regional puede ser un paso para la construcción de otra sociedad más justa.

ALBA: hacia una integración popular y solidaria. ¿Un camino al socialismo?

Contrariamente a lo dicho hasta el hartazgo por la prédica neoliberal, la liberación del comercio no basta para lograr automáticamente el desarrollo humano. La expansión comercial no garantiza un crecimiento económico inmediato ni un desarrollo humano o económico a largo plazo. Es más: la liberación no es un mecanismo fiable para generar un crecimiento sostenible por sí mismo ni para emprender una real reducción de la pobreza.
Es por eso que, pensando no tanto en el dios-mercado y en el beneficio empresarial sino en los seres humanos de carne y hueso, en las poblaciones sufridas, marginadas, históricamente postergadas, y retomando el proyecto de patria común latinoamericana efímeramente levantado en el momento de las independencias contra la corona española así como contra la nueva iniciativa de dominación del ALCA, surge hace un tiempo la propuesta del ALBA -Alternativa Bolivariana para los Pueblos de las Américas-.
Esta nueva propuesta de integración fue presentada públicamente por el presidente venezolano Hugo Chávez en ocasión de la III Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Asociación de Estados del Caribe, celebrada en la isla de Margarita en diciembre del 2001; se trazan ahí los principios rectores de una integración latinoamericana y caribeña basada en la justicia y en la solidaridad entre los pueblos. Tal como lo anuncia su nombre, el ALBA pretende ser un amanecer, un nuevo amanecer radiante.
El ALBA se fundamenta en la creación de mecanismos para crear ventajas cooperativas entre las naciones que permitan compensar las asimetrías existentes entre los países del hemisferio. Se basa en la creación de Fondos Compensatorios para corregir las disparidades que colocan en desventaja a las naciones débiles frente a las principales potencias; otorga prioridad a la integración latinoamericana y a la negociación en bloques subregionales, buscando identificar no solo espacios de interés comercial sino también fortalezas y debilidades para construir alianzas sociales y culturales.
La noción neoliberal de acceso a los mercados se limita a proponer medidas para reducir el arancel y eliminar las trabas al comercio y la inversión. Así entendido, el libre comercio sólo beneficia a los países de mayor grado de industrialización y desarrollo, y no a todos sino a sus grandes empresarios. En Latinoamérica podrán crecer las inversiones y las exportaciones, pero si éstas se basan en la industria maquiladora y en las explotación extensiva de la fuerza de trabajo, sin lugar a dudas que no podrán generar el efecto multiplicador sobre todos los grupos sociales, no habrá un efecto multiplicador en los sectores agrícola e industrial, ni mucho menos se podrán generar los empleos de calidad que se necesitan para derrotar la pobreza y la exclusión social. Por eso la propuesta alternativa del ALBA, basada en la solidaridad, trata de ayudar a los países más débiles y superar las desventajas que los separa de los países más poderosos del hemisferio buscando corregir esas asimetrías. Con estas características, un proceso de integración hemisférica realmente sirve a las grandes mayorías por siempre excluidas.
Como dijo el presidente Chávez sintetizando el corazón de la propuesta: "Es hora de repensar y reinventar los debilitados y agonizantes procesos de integración subregional y regional, cuya crisis es la más clara manifestación de la carencia de un proyecto político compartido. Afortunadamente, en América Latina y el Caribe sopla viento a favor para lanzar el ALBA como un nuevo esquema integrador que no se limita al mero hecho comercial sino que sobre nuestras bases históricas y culturales comunes, apunta su mirada hacia la integración política, social, cultural, científica, tecnológica y física".
Según publicación del diario La Nación, Buenos Aires, Argentina, del 13-9-05: "Las materias primas y las manufacturas de origen agropecuario acaparan actualmente las ventas de Latinoamérica. Conforman el 72% de las exportaciones argentinas, el 83 % de las bolivianas, el 83% de las chilenas, el 64% de las colombianas y el 78% de las venezolanas. La especificidad mexicana (81% de exportaciones manufactureras) es engañosa, porque el país se ha especializado en el ensamble de partes sin valor agregado, que las maquiladoras intercambian con las casas matrices estadounidense. Unicamente Brasil constituye una relativa excepción, ya que en su canasta de exportaciones las materias primas constituyen el 52% del total". Para muchos países de América Latina y El Caribe la actividad agrícola es, por tanto, fundamental para la supervivencia de la propia nación. Las condiciones de vida de millones de campesinos e indígenas se verían muy afectadas si ocurre una inundación de bienes agrícolas importados, aún en los casos en los cuales no exista subsidio por parte del gobierno federal de Estados Unidos. Hay que dejar claro que la producción agrícola es mucho más que la producción de una mercancía. Es, en todo caso, un modo de vida. Por lo tanto no puede ser vista ni tratada como cualquier otra actividad económica o cualquier producto sin su correspondiente cosmovisión cultural. El ALBA, justamente, intenta rescatar ese punto de vista.
El ALBA es, de momento, una buena intención pero aún no está afirmado en su posición. De todos modos en esa línea pueden inscribirse ya importantes pasos: los convenios de cooperación suscritos entre Cuba, Venezuela y Bolivia son un ejemplo. Pero hay más aún en esta intención integracionista: la incipiente comunidad energética con Petrocaribe y Petrosur, la integración en la comunicación con el canal televisivo teleSur, las surgentes ideas de un Banco del Sur, de una Universidad del Sur, de unas Fuerzas Armadas del Sur. Es decir: movimientos concretos que nos acercan y nos unen como pueblos contra la estrategia hemisférica de recolonización por parte del imperio y contra los mecanismos de unión aduanera capitalista del MERCOSUR u otras instancias de pseudos integración como la CAN.
La propuesta de integración planteada, de todos modos, es mucho más ambiciosa: entre otras cosas apunta a crear un gigante petrolero latinoamericano -Petroamérica- que bien podría convertirse en punta de lanza de un amplio proceso de integración económica de la región cuestionando seriamente el monopolio energético que manejan las grandes compañías petroleras, estadounidenses en su gran mayoría.
El campo popular pasó años atrás por un momento de reflujo, a partir de las dictaduras que ensangrentaron el continente y los posteriores planes de ajuste neoliberal que se aplicaron. Pero hoy se están retomando tradicionales banderas de lucha por la justicia, en buena medida inspiradas por la Revolución Bolivariana de Venezuela. En este renacer asistimos a lo que se está formulando como "socialismo del siglo XXI". Aunque eso, al igual que el ALBA, está en pleno proceso de formulación, marca ya un camino: no debemos repetir similares errores del pasado.
La construcción del socialismo en un solo país se ha demostrado sumamente dificultosa. Hoy día, ante el surgimiento de grandes bloques de poder, pensar en desarrollos nacionales autónomos parece casi imposible, de donde surge la casi obligada necesidad de impulsar procesos regionales como opción con posibilidades reales de concreción. Una integración desde el capitalismo, dirigida tanto por las clases dirigentes latinoamericanas vernáculas como por Washington, no sirve para el mejoramiento real de las mayorías explotadas. De ahí que las renovadas ideas de integración -en buena medida aportadas por el actual proceso bolivariano de Venezuela- marcan un importante camino alternativo. Una integración basada en principios de solidaridad y desarrollo genuino para los pueblos es, en estos momentos, un enorme paso hacia delante en términos políticos. El nuevo socialismo, el socialismo del siglo XXI, sin renunciar a sus postulados históricos, debe buscar nuevos perfiles. Y ahí entra en escena esta nueva idea de la integración.
El capitalismo de ninguna manera está derrotado; pero se abre hoy un nuevo escenario que permite profundizar su crítica. Aunque sólo Cuba y Venezuela transitan el socialismo, y las medidas que ha ido tomando el actual gobierno de Bolivia pueden augurar una búsqueda similar, esos nuevos aires que están soplando ahora por América Latina pueden marcar una tendencia que debe potenciarse: los pueblos ansían otra cosa más allá de pobreza y represión.
Unidos, buscando la integración solidaria para todos y no sólo aquella que beneficie a los tradicionales grupos de poder, podremos construir un mundo más justo. En ese sentido la nueva idea de integración latinoamericana puede ser un importante camino socialista.