Siempre es bienvenido un trabajo biográfico de calidad a propósito de una personalidad relevante. El área cultural anglosajona ha sido pródiga en maestros en el género. Y este trabajo no desentona, esta vez en torno a uno de los grandes del marxismo del siglo XX.
Andrew Pearmain.
Antonio Gramsci: Una biografía.
Buenos Aires. Siglo XXI Argentina, 2022.
328 p. (Vidas para leerlas).
Respecto a algún trabajo clásico, como el de Giuseppe Fiori, el de Pearmain tiene el atractivo adicional de que está “actualizado” por la estela de derrotas sin atenuantes y “transformismos” desvergonzados que jalonaron a las expresiones de la izquierda a finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI.
Se ha caracterizado al teórico y dirigente político sardo como un “pensador de la derrota” frente al fascismo. Y no han sido pocos los análisis de su obra, e incluso de su trayectoria, puestos al servicio de desentrañar y profundizar el alcance y las consecuencias teóricas y políticas del triunfo del gran capital a partir de las décadas de 1970 y 1980.
Lo que ocurrió a veces por sobre auges revolucionarios de masas que en su momento parecían imparables, en cierta semejanza con el proceso italiano de la década de 1920.
La tentación de acercar ambos “desastres” se profundizó cuando el derrumbe del “campo socialista” remachó el triunfo del poder del capital a escala global.
La prisión y el pensamiento
El autor británico tiene un dejo “melancólico de izquierda”. Y piensa asimismo al italiano desde el prisma de las grandes derrotas. Tanto respecto a los contrastes que éste experimentó en vida, como los que han habitado las últimas décadas.
Su reconstrucción del itinerario gramsciano sigue un estricto orden cronológico. Y va desde las peripecias de su vida al examen de su pensamiento, sin una atención minuciosa sobre este último.
Una excepción la constituyen las observaciones del sardo acerca de la acción y el poderío de la Iglesia, a los que asigna un espacio importante. Se le suma una breve pero eficaz reconstrucción de la teoría de la hegemonía.
Podría agregarse un tercer foco de atención: El empeño puesto antes y durante su prisión, en la comprensión de lo que hoy llamaríamos “cultura de masas”, en forma de novelas baratas y espectáculos rudimentarios. Acompañados por la prédica de maestros de escuela, insatisfechos con su rol de servidores de un Estado italiano de poca eficacia en su relación con las masas populares.
Esos pasajes aparecen de algún modo como “ilustraciones” de lo más elevado que el intelecto del biografiado produjo en la cárcel, en lucha contra un rosario de desdichas personales y la censura fascista que lo hostigaba día por día.
Precisamente los sufrimientos personales y políticos ocupan un primer plano a lo largo de todo el relato. Desde las amarguras de su infancia empobrecida, hasta el penoso curso de sus enfermedades, ya en prisión.
Se asigna un lugar destacado al padecimiento en la cárcel, no ya como individuo sino en tanto que dirigente político. Que a su vez se entrelaza con su estado de ánimo apesadumbrado por el aislamiento, al borde del desequilibrio mental.
A ese respecto, el estudioso escribe algunas páginas luminosas, como cuando trata el esfuerzo frustrado del prisionero por establecer lazos políticos e intelectuales con un grupo de compañeros de encierro, en la cárcel de Turi.
Es sabido que en esas circunstancias Gramsci sufrió el hostigamiento de quienes eran sus camaradas de partido. Imbuidos de la arrogancia y el simplismo del enfoque del “tercer período”, tapian su mente frente a las complejidades del pensamiento gramsciano. Que se enfrenta a la idea de que una insurrección obrera triunfante marcaría el inexorable final del fascismo.
Poco pudo hacer el teórico ante los esquematismos de quienes se mostraban inmunes ante quien incorporaba un conjunto de dimensiones sociales e ideológicas. Y de fuentes de reflexión incompatibles con el ultraizquierdismo de “clase contra clase”. Le reclamaron “menos Benedetto Croce” y más marxismo.
Tuvo que experimentar menosprecios y hasta la agresión directa en forma de alguna pedrada. Impotente ante la ortodoxia mechada de ignorancia, se sumió de nuevo en su celda y en su trabajo solitario.
Gramsci dirigente político
El británico recorre también con atención el sendero político de su biografiado antes de la cárcel. Trata la actuación y el pensamiento del sardo en torno al “bienio rojo” y los consejos de fábrica, sin asignarle tonos luminosos a ese proceso revolucionario. Se detiene sobre todo en lo limitado de la experiencia, al fin de cuentas reducida a unas pocas fábricas del centro industrial de Turín.
Podría señalarse que en aras de percibir las limitaciones de aquellas luchas, les quita relevancia hasta el límite de no apreciar lo suficiente el rol político-intelectual de Gramsci como animador de L’Ordine Nuovo.
En coincidencia con otros autores, parece sentirse incómodo con esa etapa en la que el entusiasmo de “hacer como en Rusia” no resultó incompatible con brillantes elaboraciones sobre una auténtica democracia obrera. Democracia que, por desgracia, no tuvo lugar en el universo de la Tercera Internacional que “habitó” el biografiado poco tiempo después.
Más adelante, ya fundado el partido comunista de Italia, repasa su experiencia en la Internacional todavía bajo el influjo de Lenin.
Gramsci aparece como algo cauteloso a la hora de enfrentar el radicalismo estéril de Amadeo Bordiga en el interior del partido. El libro brinda algunos apuntes lúcidos, a propósito de su breve etapa como funcionario de la Comintern e inquilino del hotel Lux de Moscú.
La táctica frente al dirigente oriundo de Nápoles no lo inhibió para ser su sucesor, en medio del proceso de fascistización que marchaba imparable, a despecho de los pasos que dio el partido, por entonces pequeño y casi desmantelado.
Permain adhiere a la tesis de que la prisión del fascismo salvó al dirigente italiano de caer en las purgas stalinianas. La profundidad de su pensamiento y el impulso de mostrar independencia de criterio aún en circunstancias difíciles no le habrían permitido, según el autor, adoptar las ambigüedades y acomodos que hicieron que Palmiro Togliatti y otros miembros de la dirigencia itálica salieran incólumes.
El terreno de los afectos.
Cabe remarcar que esta no es sólo una biografía política. Los lazos afectivos, sobre todo los familiares, ocupan un lugar destacado en su desarrollo. El biógrafo presta pareja atención a los dos núcleos de parientes, y en cierta medida los contrapone.
La familia sarda, consanguínea, aparece con sus rasgos propios marcados por el ambiente provinciano, de pueblo pequeño, plagado de prejuicios y mitologías. Distante en lo físico y también en lo intelectual, el lazo se mantiene, en particular con su madre. A la que sigue escribiéndole después de su muerte, que le fue ocultada. Sus hermanos varones encarnan a su modo distintos posicionamientos frente al fascismo.
Los parientes políticos son casi una contracara. Cultos, cosmopolitas, políglotas, son además fervorosos partidarios del orden nuevo advenido en Rusia, donde han nacido y viven después de largas temporadas en el extranjero. Cierto deslumbramiento inicial del italiano dará lugar luego a desencuentros y silencios.
En particular con Julia Schucht, esposa con la que casi no pudo convivir mientras estaba en libertad y tampoco construir un vínculo sólido durante su existencia carcelaria. Pearmain se detiene en ese lazo en lenta disolución, al que asigna un lugar considerable en el ensimismamiento del prisionero.
Por supuesto se le contrapone la devoción de su cuñada Tania, que nace cuando lo conoce en su rol de secretario general del P.C italiano, en medio de la gestación de la dictadura fascista, y se afianza en sus visitas y correspondencia cuando ya se encuentra encarcelado.
El tratamiento de la relación entre los cuñados es sobria, quizás en exceso, sin adentrarse en las honduras afectivas de ese difícil vínculo.
Reforma o revolución, una vez más
La mirada de Pearmain no resalta por el radicalismo político. Como ya escribimos, no tiene una elevada valoración del trabajo político-intelectual de la época de L’Ordine Nuovo.
Para él casi todo lo realmente gravitante de A.G. pertenece a la etapa posterior al encumbramiento del fascismo, tanto en el lapso de libertad como, sobre todo, en la más prolongada estadía carcelaria.
Allí lo pinta en rápido alejamiento del esquematismo del “tercer período” de la Internacional Comunista, una clave de su trayectoria.
Para luego anexarle algo más discutible: Un distanciamiento de la idea misma de revolución social y una apuesta “gradualista” que creemos no emana con claridad de los textos carcelarios.
La objeción mayor que cabría, es la de pintar al pensador sardo como si fuera tanto o más “croceano” que marxista. Y en progresivo abandono de la actitud de izquierda radical, para adoptar un enfoque parlamentarista de cara al futuro postfascista.
Da la impresión que Pearmain adscribió en su momento a alguna forma de “eurocomunismo”, sin dejar por eso de reconocer y rechazar las claudicaciones de los partidos comunistas español, francés y sobre todo italiano. Lo que pudo influir sobre su enfoque.
Lo dicho no obsta a que su mirada es de admiración, para la persona y sus ideas. E incorpora algunas informaciones sobre su vida en la prisión y sus relaciones afectivas y familiares, a la luz de documentos no muy conocidos.
Habrá que seguir esperando una “vida de Gramsci”, escrita por alguien que mantenga en alto la perspectiva anticapitalista y revolucionaria. Nos referimos a una obra solvente en investigación y reflexión, sin afirmaciones dogmáticas.
Al menos no ha caído ninguna en nuestras manos. Sí valiosos trabajos sobre su pensamiento con esa orientación, que no se centran en la dimensión biográfica.
Por lo demás la escritura es ágil, sin aparato erudito excesivo ni “indigestión” con datos prescindibles. Para seguir conociendo (y discutiendo) a quien fuera un dirigente político a quien la cárcel apartó de su militancia activa. Al mismo tiempo que le abrió el horizonte para pensar y escribir “para la eternidad”.