EL QUINTO PERONISMO A LA LUZ DEL PASADO

Claudio Katz

31.Ene.20

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Con la presidencia de Alberto Fernández comienza el quinto gobierno peronistade la historia argentina. Aún se desconoce la modalidad de justicialismo adoptará ese mandato y los cuatro antecedentes previos ofrecen pistas contradictorias. Esemovimiento transitó por caminos contrapuestos que explican su permanencia.

VARIANTES DE JUSTICIALISMO

El peronismo es la estructura política dominante desde la mitad del siglo pasado. Mantiene gran primacía como cultura, fuerza electoral y red de poder. Su versión clásica (1945-55) se inspiró en el nacionalismo militar y apuntaló a la burguesía industrial, en conflicto con el capital extranjero y las elites locales. Las confrontaciones con las potencias imperiales nunca alcanzaron la intensidad de los procesos radicales antiimperialistas (Arbenz en Guatemala, Torrijos en Panamá). Pero incluyeron choques del mismo alcance que otras presidencias progresistas (Cárdenas en México).

El primer peronismo implementó mejoras sociales de enorme envergadura. En ningún otro país de la región se forjó un estado de bienestar tan próximo a la socialdemocracia europea. Por esa razón logró un inédito sostén en la clase obrera organizada. Resulta difícil encontrar otro ejemplo internacional de identificación tan estrecha del proletariado con un movimiento no comunista, socialista o anarquista.

El segundo peronismo fue totalmente diferente (1973-76). Estuvo signado por la violenta ofensiva de las vertientes fascistas (López Rega) contra las corrientes radicalizadas (JP, Montoneros). La derecha arremetió a los tiros contra la vasta red de militancia forjada durante la resistencia a la proscripción de Perón. Actuó con furia contrarrevolucionaria en el contexto insurgente de los años 70.

La presencia de esos dos polos extremos al interior del mismo movimiento fue una peculiaridad de ese peronismo. Incluyó corrientes antagónicas, que en el resto de América Latina confrontaban en organizaciones opuestas. La convivencia de Argentina era inimaginable en otras latitudes como Chile, dónde Pinochet y Allende nunca compartieron el mismo el espacio.
El tercer peronismo fue neoliberal. En los años 90 Menem puso en práctica las políticas de privatización, apertura comercial y flexibilización laboral, que implementaban los thatcheristas de todo el mundo. No fue el único converso de ese período (Cardoso en Brasil, PRI de México), pero nadie corporizó una deserción tan impúdica del viejo nacionalismo.

El riojano perpetró atropellos que superaron las tropelías del antiperonismo. Atacó a los huelguistas de la telefonía, el petróleo y los ferrocarriles que se oponían a las privatizaciones, desarticuló los sindicatos combativos y domesticó a la burocracia sindical. Menem aprovechó el contexto internacional de euforia neoliberal y el agobio interno generado por la hiperinflación, para imponer su terrible modelo de injusticia social. Sus agresiones demostraron hasta qué punto el peronismo puede encabezar procesos regresivos. Esa misma mutación reaccionaria se verificó en otros casos, como el MNR de Bolivia o el APRA de Perú. Pero esas formaciones se extinguieron o abandonaron definitivamente todo nexo con su base popular. Afrontaron la disolución o el declive.

En cambio el peronismo recompuso la fidelidad de su electorado, modificando el principal cimiento de ese sostén (sindicatos, precarizados, funcionarios, capitalistas).  Siempre mantuvo una relación tensa con el establishment y nunca logró la adhesión perdurable de la clase media. El grueso de ese sector preservó su afinidad con otros partidos tradicionales.
Los tres peronismos del siglo pasado ilustran la multiplicidad de variedades que asumió ese movimiento. Ha protagonizado grandes crisis y sorpresivas reconstituciones. De cada desplome emergió un nuevo proyecto amoldado a los tiempos.

EL PROGRESISMO KIRCHNERISTA

El kirchnerismo encabezó un cuarto peronismo de índole progresista. Retomó con otros fundamentos las mejoras del primer periodo. El viejo paternalismo conservador fue reemplazado por nuevos idearios pos-dictatoriales de participación ciudadana. La confrontación interna con la derecha no fue dramática y se zanjó con un distanciamiento del duhaldismo.
Kirchner reconstruyó el aparato estatal demolido por el colapso del 2001. Restableció el funcionamiento de la estructura que garantiza los privilegios de las clases dominantes. Pero consumó esa reconstitución ampliando la asistencia a los empobrecidos, extendiendo los derechos democráticos y facilitando la recuperación del nivel de vida. Su gestión incluyó  lejamientos del justicialismo ortodoxo e intentos de refundación “transversal”. Hubo un infructuoso tanteo de confluencia con los herederos del alfonsinismo.Kirchner se amoldó al nuevo escenario de regresión industrial y fractura entre trabajadores formales y precarizados. Mantuvo el soporte popular del peronismo, pero tomó distancia de la clase obrera, buscando neutralizar el protagonismo sindical.

Cristina introdujo una impronta más combativa, gestada en la confrontación con la derecha (agro-sojeros, medios de comunicación, fondos buitres). Esa polarización quebró el equilibrio que había mantenido Néstor con todos los grupos de poder. El cristinismo alumbró agrupaciones juveniles contestatarias y multiplicó las enemistades con gobernadores, intendentes y jerarcas sindicales. El inesperado carisma de CFK resucitó identificaciones populares y odios del liberalismo. Cristina reforzó la autonomía de Estados Unidos inaugurada con el entierro del ALCA, la creación de UNASUR y el acercamiento a Rusia y China. Esta distancia con Washington retomó la tradicional lejanía del peronismo pre-menemista con el Departamento de Estado. Pero también hubo una gran afinidad con Israel que potenció el embrollo con Irán.

El cuarto peronismo se ubicó en la centroizquierda regional (junto a Lula, Correay Tabaré), pero estableció nexos más estrechos con las vertientes radicales de Chávez yEvo.
Esa flexibilidad de la diplomacia kirchnerista sintonizó con el viraje económico neo-desarrollista. En un marco de rebote productivo interno y alta valorización internacional de las exportaciones se logró acelerar la recuperación del PBI. La regulación estatal no modificó la base exportadora primarizada, pero oxigenó a la industria con alientos del consumo.
El neo-desarrollismo kirchnerista incluyó la renegociación de deuda con una importante quita, la nacionalización del sistema privado de pensión y el control cambiario. Implicó más intervencionismo que el auspiciado por Lula, pero no introdujo las medidas socialdesarollistas que propiciaba la heterodoxia radical. La auditoria de la deuda, la nacionalización comercio exterior y la regulación de los bancos no fueron considerados. También fue desechado el esquema boliviano de nacionalizar el petróleo y el gas para reinvertir la renta energética.

Néstor y Cristina apostaron al virtuosismo de la demanda y confiaron en las  promesas de los empresarios afines. Pero no consiguieron las inversiones prometidas por esos capitalistas, que prefirieron fugar gran parte del capital receptado a través de  los subsidios. La inflación, el déficit fiscal y las devaluaciones reaparecieron, junto a la consolidación del basamento extractivo agro-exportador, la estructura industrial dependiente y el sistema financiero ineficiente. El neo-desarrollismo no pudo contrarrestar las adversidades estructurales que corroen a la economía argentina.

El kirchnerismo participó del ciclo progresista regional con una impronta peronista. No compartió la matriz socialdemócrata de endiosamiento institucional que imperó en Brasil, Uruguay. Prevaleció la norma presidencialista, los mecanismos delegativos y los órganos para-institucionales. Este rumbo fue conceptualizado a través de elogiosas teorías del populismo, que impugnaron las fantasías republicanas, exaltando la gravitación del liderazgo y la necesidad del conflicto.

Esa mirada también confluyó con la vieja animosidad peronista hacia el socialismo. El “pos-marxismo” pro-populista empalmó con los prejuicios anticomunistas y contrastó con el reencuentro de Evo y Chávez con la revolución cubana. En su hostilidad al proyecto anticapitalista Néstor y Cristina mantuvieron su fidelidad a los tres peronismos precedentes.

PRAGMATISMO SIN FRONTERAS

El primero y el segundo peronismo gobernaron un país que conservaba la dinámica floreciente del pasado. La tercera y cuarta versión intentaron remedios contrapuestos a la monumental crisis de las últimas décadas. Ese retroceso económico incluye agudos colapsos periódicos. En muy pocos países se observan oscilaciones tan abruptas del nivel de actividad, fugas de capital tan significativas y niveles tan persistentes de inflación. Ese tormentoso escenario es un efecto de las adversidades generadas por la globalización. El país albergó una industrialización temprana, con gran desenvolvimiento del mercado interno e importantes conquistas sociales. Esa estructura no encaja con el capitalismo actual y por esa razón la sucesión de ajustes no tiene fin.

El mismo desacople padecen otras economías medianas como Brasil y México. Pero Argentina no tiene las compensaciones del enorme mercado vigente en el primer caso. Tampoco cuenta con la proximidad de negocios en Estados Unidos que atempera la crisis azteca. Países como Chile o Perú carecen de parques industriales significativos y están menos afectados por la regresión fabril de Sudamérica. La crisis argentina supera, además, a todos sus vecinos por la pérdida de la tradicional primacía de las exportaciones agropecuarias.
Las dos respuestas simétricas ensayadas para lidiar con esas desventuras tuvieron nítidos exponentes en el peronismo. La salida neoliberal -que propicia una mayor reprimarización- fue motorizada por el menemismo y la opción neo-desarrollista -que intenta preservar la estructura industrial- fue promovida por el kirchnerismo. Ninguno pudo encarrilar su proyecto y ambos quedaron a mitad de camino. En los dos intentos se corroboró cómo la obsolescencia económica perpetúa la inestabilidad política.

Las versiones antitéticas del peronismo contemporáneo buscaron resoluciones también contrapuestas, al deterioro del aparato represivo que incomoda a las clases dominantes. El uso corriente de la coerción ha quedado muy afectado en Argentina por el repliegue del poder militar. El viejo protagonismo político del ejército fue socavado por los crímenes de la dictadura, la aventura de Malvinas y la derrota de los levantamientos de carapintadas. Por eso las Fuerzas Armadas no ejercen el control explícito que exhiben en Colombia, México o Brasil o el rol subyacente que juegan enChile o Perú.
El menemismo intentó restaurar esa gravitación, creando una nueva fuente de negocios en el submundo del tráfico de armas. Pero esa peligrosa incursión naufragó entre grandes escándalos (venta de armas a Ecuador y Croacia), enigmáticos atentados (embajada de Israel, AMIA, Rio Tercero) y dudosos accidentes (Carlitos Menem). Por el contrario Kirchner profundizó la desarticulación del poder militar, para afianzar una institucionalidad plenamente civil. Por eso reinició los juicios a los genocidas y adoptó la agenda democrática de las Madres (conmemoraciones del 24 de marzo, recuperación de los nietos, rescate de la memoria de los desaparecidos).

Menem y Kichner transitaron por senderos muy opuestos en el terreno de la economía, la política y las instituciones. Ese contraste ilustró cómo el peronismo gestiona pragmáticamente el poder, seleccionando la opción que mejor se amolda a cada escenario.