¿Vale «facha»?

Fascismo, neofascismo, postfascismo, populismo de derecha, extrema derecha…

12/12/2019 | Alejandro Miquel Novajra *
Probablemente sí para entenderse rápidamente. No para comprender cómo funciona toda esta ofensiva mundial, de dónde viene, qué pretende, quién la vota y por qué; y, sobre todo, cómo combatirla. Naturalmente no pretendo hacer nada de eso en estas pocas páginas, pero sí empezar a responder, al menos, a dos de los interrogantes principales:
1) Por qué en España, cuando parecía inmune, “vacunada” contra esta avalancha a diferencia del resto de Europa.
2) Que la voten personas que pueden obtener beneficios de clase, incluso de casta, estamento o individuales podría entenderse, pero que lo haga la clase trabajadora en una de sus peores correlaciones de fuerzas de los últimos 80 años…. Esta cuestión supone, en realidad, la clave de la respuesta a todas las otras.
El historiador Enzo Traverso rechaza la definición como fascistas o neofascistas de estas corrientes y partidos y prefiere la de postfascista por cuanto las condiciones históricas son diferentes, las actitudes y estrategias variadas y, esencialmente, presentan cinco aspectos cruciales, de momento, novedosos:
a) no niegan los poderes institucionales constituidos sino que buscan ocuparlos (presidencia EEUU, Brasil, Filipinas, UE y parlamentos nacionales) a diferencia de los neofascismos italiano o francés de los 70-90
b) no existen -como en las décadas 20-30 del siglo pasado- movimientos de masas neofascistas como tales, organizados y que trasciendan el marco electoral
c) en relación directa con este aspecto, los votantes-participantes aparecen individualizados y fragmentados
d) en coherencia con la defensa, explícita o implícita, no ya sólo del neoliberalismo como forma dominante del capitalismo, sino como la propuesta de sociedad que implica: individualización extrema, ruptura de cualquier proceso comunitario, la razón económica centrada en la competencia constante como único marco de la existencia.
No obstante, la matriz fascista continua en su base y un éxito electoral en sus plazas más fuertes -el Frente Nacional francés, ahora Agrupamiento Nacional, esencialmente- podría originar su consolidación como neofascista aplicando de manera más descarnada, ya fuera de la vieja idea misma de la UE, conceptos y prácticas bien conocidas. Las formas clásicas de rechazo -racismo y sus evoluciones: xenofobia, etnofobia, islamofobia, extranjerización fija – continúan sirviendo para crear las fronteras físicas, morales e identitarias.
El relato contrahistórico de la construcción autónoma de los pueblos -la idea misma de pueblo como continuidad cerrada e infinita- en la forma de neonacionalismo natural, obviando que es precisamente el proceso migratorio el que lo hace siempre, alimenta el mito de la unidad étnica superior defensora contra cualquier “agresión” externa. La posibilidad de usar la democracia formal para alcanzar el control de las instituciones para eliminarla después no parece descartable.
Finalmente, la invención constante de su propia realidad en tanto algo homogéneamente inalterable, negando así la objetividad y la pluralidad como sus componentes más claros, substituyendo los conflictos estructurales (los intereses contrapuestos de clase) por mitos agrupativos cerrados en la diada líder-pueblo rechazando, al tiempo, toda forma de autonomía organizativa. O la religión integrista, directamente (VOX) o como base de la idea de pureza étnica (y ética) consustancial a la de cristiandad, y el machismo negacionista que construye socialmente a la mujer como complementaria, suplementaria y propiedad jurídica del hombre.
Trump, hijo avanzado del capitalismo desregulado donde la corrupción no es la excepción, sino la razón misma de ser, se erige en el representante de su víctima privilegiada, la clase obrera blanca americana, y preside desde hace 4 años EE UU. En su propio continente siguen su senda Bolsonaro en Brasil, Piñera en Chile (cuna de la primera experiencia brutal -y de momento continuada- del neoliberalismo durante la dictadura), etc.
Todos llegan mediante el sistema formalmente democrático de sus propios países: también en Filipinas, Israel y en la ex Europa del este, con la conexión del viejo pacto de Visegrado (Chequia, Eslovaquia, Hungría, también Polonia) con países escandinavos, los viejos Balcanes, Centroeuropa (Alemania, Austria…y sobre todo Le Pen, por segunda vez en la segunda vuelta de las presidenciales), la Lega Italiana, Amanecer Dorado en Grecia o Erdogan, integrista privilegiado aliado de la OTAN.Y eso que, al menos en la actual UE, la memoria histórica ha jugado un papel esencial tras la Segunda guerra mundial: prohibición de partidos explícitamente fascistas o nazis; aplicación de cierto nivel de justicia reparadora que, sin alcanzar los resultados deseables, ha supuesto un reconocimiento de algún nivel de responsabilidad; los delitos de negacionismo respecto al Tercer Reich, la Francia de Vichy, los colaboracionismos nazis centroeuropeos -hasta la llegada de Orban y Kachinski- y el ahora tan cacareado cordón sanitario frente a la extrema derecha, habían venido funcionando…, no así la evitación de la asunción de puntos clave de su ideología.
La excepción es España (también Portugal, de la que nadie se acuerda o se quiere acordar: es, efectivamente, diferente), indemne, donde toda la derecha ex, post franquista ha sido ya filtrada y amansada en el PP: la derecha civilizada a la europea. La dictadura más larga y brutal de Europa, la salida ejemplar, la reconciliación. La desaparición de la estructura de régimen dictatorial y su domesticación democratizada. ¿Fue o es eso verdad? La llegada galopante de VOX parece desmentirlo; aunque en realidad VOX, también aquí como en el resto de Europa, no es la causa sino tan sólo un síntoma; pero en España hay algo más. La transición, es cierto, permitió algunos cambios; aunque también impidió otros y no rompió tanto como a veces se dice ni recuperó la historia truncada por el golpe del 36 y los 40 años siguientes: hoy en día seguimos siendo el segundo país del mundo con mayor número de desaparecidos.
La administración, algunas instituciones y muchas de las redes clientelares del franquismo permanecieron; en ocasiones, travestidas. El ejército cambió en su base, pero seguimos viendo el mantenimiento de sagas familiares y líneas de sucesión en los mandos; la UMD jamás fue reconocida como tal dentro del ejército, pocos de sus miembros fueron plenamente reincorporados a sus puestos y posiciones y en absoluto supuso la base del necesario cambio en los 80 y 90.
La iglesia católica, sobre todo la jerarquía, no ha perdido completamente su carácter de ideología del régimen; incluso cambió algo más antes y durante la primera transición (Tarancón) que después y ahora (Rouco, Cañizares). El concordato se ha ido fortaleciendo y los privilegios diferenciales y un alto grado de autonomía e incluso impunidad continúan. Su constante vinculación con las posiciones más reaccionarias y su constante intervención en la esfera pública, evidentes.
La judicatura, es verdad, se ha abierto y democratizado en la base, pero no así en sus cúpulas: la forma de elección y nombramiento influye, pero las cadenas pluri-generacionales y los viejos sistemas de instituciones paralelas continúan funcionando. Instituciones tan poco transparentes y controlables como las Diputaciones parecen, a veces, ser las preconstitucionales por su composición y su quehacer en algunas provincias.
Hay todo un sector empresarial que, incluso desde la opinión del empresariado más internacionalizado, sigue vinculado a sus orígenes franquistas, tanto desde la perspectiva personal como sectorial. Algunas instituciones bancarias, pasando por grandes y medianas constructoras, concesiones y resultados de privatizaciones de sectores estratégicos anteriormente estatales o algunos medios de comunicación siguen, al menos, impregnados de las viejas formas de hacer y, sobre todo, de impedir hacer.
Finalmente, organizaciones políticas, parapolíticas, culturales, en su totalidad o de manera parcial, abiertamente (la Fundación Francisco Franco) o en marcos más modernos y aparentemente menos vinculados a la dictadura en los 70 (¿FAES?) han venido dando cobertura, manteniendo discursos, recogiendo nuevas herramientas de difusión (diarios, internet, tweeter, Instagram, YouTube; sobre todo YouTube: la imagen entra y se incorpora con mayor facilidad sin necesidad de ser constatada y analizada conscientemente) y nuevos-viejos mecanismos de construcción de mensajes claros simples, primarios y protectores: la mentira, la falsedad, la negación de los datos, la complicidad con las intuiciones contrafácticas a su vez previamente construidas, el simulacro que crea la realidad.
La Constitución del 78. La monarquía reinstaurada por Franco y sancionada por -fuera de- la Carta Magna no parece ayudar, a diferencia de las monarquías británica, belga o escandinavas nacidas y renovadas por las constituciones que las redefinen; la ley electoral pactada aún en las cortes franquistas, la negación de los derechos nacionales y la multisecular cuestión territorial, tan sólo reconocida en la II República. Cuando, en esto, VOX llega al parlamento; desde dentro del PP mayoritariamente y con pactos solidísimos con su matriz común, de la que Aznar y su FAES son indisimuladamente progenitores amantísimos.
A ésta y todas las otras formaciones europeas de parecido tenor les está votando también parte creciente de la clase obrera; a menudo, la más duramente golpeada por la crisis. El neoliberalismo global, la última mutación del capitalismo, está en la base de la explicación. Porque, además, que la razón económica neoliberal impere supone mucho más: una sociedad neoliberal centrada en la fragmentación, la individualización, el reconocimiento sólo de los éxitos económicos, la negación de los conflictos estructurales, la destrucción de lo común y colectivo, la privatización de todo, incluyendo, sobre todo, a las personas: del homo oeconomicus del capitalismo regulado, al hombre empresa (la oposición capital/trabajo queda así ideológicamente disuelta).
El nombre mismo de clase obrera, trabajadora, asalariada se volatiliza mientras el trabajo, incluso el en gran parte mal o directamente impagado, se sitúa en el centro de todo. Las desigualdades crecientes, ante la derrota de las viejas organizaciones, no impulsan a mirar a sus causas sino a este y otros mitos protectores: la nación étnica y cerrada común, el apoyo popular al líder salvador, el enemigo exterior.
El nuevo discurso del trabajo arma el voto más reaccionario; la escasez del bien natural del empleo se debe al enemigo: migrante, mujer que no reconoce su espacio natural en el mundo, pobres, refugiados. Las vías de acumulación capitalista, por desposesión ya también de lo que había sido la base del estado del bienestar, exigen gobernanzas de máxima eficacia económica y formas autoritarias más allá del estado democrático; incluso el formal burgués.
Reformas laborales severísimas, restricciones de la acción política deliberativa, retrocesos en los derechos efectivos de huelga, manifestación, reunión, organización. Incluso el negacionismo (a la explotación de la gente, a la explotación y destrucción del medio, al cambio climático o las propias acciones antidemocráticas desde agencias incontrolables y fondos de inversión) que se atribuye como novedad a los tuits de Trump o a los discursos postfascistas en Europa, existe hace tiempo en el sistema: negación de las enfermedades laborales, de la esquilmación acelerada de recursos, de la responsabilidad del extractivismo que, desde hace décadas, ya ni siquiera es productivismo; de la pérdida de la política democrática y su susstitución por la tecnocracia… profundamente autocrática.
Los partidos como VOX tienen dirigentes fascistas, franquistas, nazis; y otros que no lo son tanto o no del todo. Pero sus votantes no necesariamente lo son y votan a la carta: según sus temores y su sentimiento de inseguridad sean más manejables. Los postfascistas, por sí mismos pero también dentro de la Internacional que les dota de argumentarios (Steven Bannon es sólo una cara más visible) ayudan en gran medida a la legitimación y al ocultamiento de la nueva sociedad neoliberal global, negando de primeras aquello que apoyan: dicen, o mejor escriben, estar en contra del establishment burgués cosmopolita y global, que se alía con el feminismo (feminazis, rebautizan), la ideología de género, el multiculturalismo protector de los vagos, extranjeros e invasores peligrosos. Y ante una competitividad descarnada y sin red de seguridad, ofrecen el securitarismo (más policía dentro y ejército y patrulleras en las fronteras) que ayuda a resolver las recién creadas necesidades psicológicas colectivas de este extraño tipo de comunidad: colectivo cerrado sin posibilidad de relación colectiva.
Dicen, con aplauso -o algo más- neoliberal, que no hay alternativa: liderazgos, autoritarismos ejecutivos que salten la legalidad (“no votéis a los políticos chupasangres, votadnos a nosotros para gobernaros; reducid o eliminad parlamentos, referéndums, debates que son sólo pérdidas de tiempo”). La relación con el líder debe ser inmediata, sin instituciones democráticas, sin prácticas políticas democráticas. De hecho, esas prácticas se ajustan mal a los requerimientos empresariales y las nuevas formas de trabajo y explotación.
Los discursos conservadores violentos se recuperan bajo nuevas formas: la actitud eurocéntrica, racista, patriarcal que articuló la dominación colonial se sitúa ahora en la protección de las fronteras exteriores -e interiores- contra extranjeros totales y parciales: las mujeres que pretenden autonomía, los pobres, las minorías étnicas.
La religión, la tradición seleccionada e inventada, el discurso del miedo, la difamación, los modelos de sumisión junto con los de explotación necesaria, sin nombrarla o negándola mientras se ejerce. Todos o cada uno de estos posicionamientos ofrecen una ilusoria protectora posibilidad a poblaciones de trabajadores y trabajadoras que buscan algo de seguridad en un universo que se legitima mediante su opuesto: el securitarismo. Ah y claro: la lucha contra el monstruoso nacionalismo “periférico, irracional y antidemocrático” mediante banderas rojigualdas de 50 m2, himnos de la legión, oeh, ohe, ohes, alzamientos de brazo enhiesto, misas, obispos…Pura racionalidad de la modernidad cosmopolita europeísta…ah, que se rechaza por desnaturalizar la eterna y cristiana raza hispana: sólo federación de antiguas, nobles y arias naciones.
Como bien decía Max Horkheimer a finales de los años 30, no se puede abordar la cuestión del fascismo sin cuestionarse el capitalismo. Por eso, el análisis y la acción no deben mantenerse en una mal entendida periferia -la extrema derecha- sin leer antes la historia, los programas, las prácticas de los gobiernos y partidos, no sólo de la derecha, que han ido asumiendo, no siempre a disgusto, muchos de los principios ahora -¿cínicamente?- rechazados. El fascismo, nos dicen los clásicos, es la opción de la burguesía asustada. Ahora ya no se trata de reprimir a los movimientos revolucionarios obreros radicales y progresistas que recorrían la Europa de entreguerras, sino de disciplinar completamente a una clase, política, ideológica y culturalmente dominada, robándole su historia, su discurso y sus herramientas. Una clase derrotada duramente en algunas batallas, pero vencedora de otras y aún en pie. No hay otra; y le va la vida. La del 99,9% de la humanidad.
12/12/2019

* Alejandro Miquel Novajra es sindicalista de CCOO y profesor de antropología en la UIB.