Enrique Dussel
Muchos opinan que los movimientos sociales son antagonistas de los partidos políticos. Se debe esto al descrédito de la representación o de ONG extranjeras que desean tener dominio sobre tales movimientos, dominio que perderían si éstos se articularan con algún partido. Otros piensan que los partidos políticos no necesitan de los movimientos sociales, ya que estos últimos no deben entrometerse en el gobierno del Estado.
Opino que los movimientos sociales sin articulación con algún partido político progresista involucionan auto referentemente a sus fines particulares y pierden el sentido de los problemas globales de la sociedad. Por otra parte, el partido político que no se articula con los movimientos sociales pierde el sentido de los requerimientos incumplidos del pueblo al que dice intentar representar en el ejercicio delegado del poder, cuya única sede es el pueblo mismo y sus movimientos sociales.
Un movimiento social sin articulación con un partido político progresista termina por encerrarse suicidamente en sus estrechos intereses. El partido sin articulación con dichos movimientos se fetichiza igualmente separándose del palpitar del pueblo oprimido y pierde presencia en la base de la sociedad.
Los movimientos sociales deben enriquecerse del diálogo, por la traducción de sus necesidades particulares por las que luchan, con otros movimientos sociales, hasta formar un frente que logre formular un proyecto hegemónico. Pero dicho proyecto hegemónico debe ser emprendido por un actor colectivo, que es precisamente el partido político, que forma los representantes que como gobierno formulan los fines globales que comprenden las necesidades incumplidas de todos los movimientos sociales. Dicho partido no inventa sus propuestas de gobierno futuro, sino que, ejerciendo un poder obediencial, conduce en el consenso los objetivos formulados por los que luchan los movimientos sociales. Son éstos los que planifican los componentes o la materia del proyecto hegemónico. Y es hegemónico porque incluye como fines los requerimientos exigidos para el cumplimiento de las necesidades reales y sufridas por la insatisfacción de los miembros de dichos movimientos sociales; es decir, de la mayoría del pueblo, organizado bajo la conducción de sus líderes naturales surgidos en esas luchas por el reconocimiento de sus derechos y necesidades. El liderazgo social nacido de las bases debe articularse, y no subordinarse, al liderazgo político, y la organización de los movimientos debe siempre guardar autonomía con respecto al partido, que debe respetar su libertad de movimiento. El que manda mandando es el movimiento social, en tanto que propone los fines requeridos por el sector del pueblo que moviliza, fines que se formulan desde la negatividad del sufrimiento padecido por los miembros del movimiento.
El partido debe aprender a mandar obedeciendo el mandato de los movimientos en cuanto a la materia y objetivo de la acción política. Los movimientos, que generan las participación del pueblo, deberán por su parte vigilar al partido (y sus representantes) para verificar si cumplen con los requerimientos estipulados por consenso (del movimiento y del partido) y castigar al partido en el caso de incumplimiento. Los movimientos proponen los fines particulares, vigilan y castigan (invirtiendo la propuesta de M. Foucault) al partido si no cumple con los encargos (hasta con la revocación del mandato). El partido, por su parte, transformará en proyecto global hegemónico del nuevo Estado (que no es dominación sin acuerdo entre los movimientos) las necesidades propuestas por los movimientos para la satisfacción de sus requerimientos (y los medios para su cumplimiento), y ejercerá consecuentemente un poder obediencial con respecto a los movimientos, que le aportarán la fuerza o potencia viva del pueblo (esencia material del auténtico poder político). Sin esta fuerza de abajo el partido se fetichiza, se corrompe y al fin se transforma en un instrumento corrupto de los poderes fácticos (como acontece en el presente) que se sirve del pueblo y no sirve al pueblo.
Los movimientos sociales no deben ser interpretados por el partido como masas numéricas que les aportan votos en las elecciones de representantes del partido. Mucho antes que eso y siempre, los movimientos sociales auténticos, autónomos, dignos (no charros y corruptos) aportarán entonces al partido los objetivos hegemónicos, la fuerza de la vida que requiere cumplir sus necesidades particulares, teniendo gracias al partido progresista un horizonte federal de todo el territorio y de la población global del Estado.
Si en algo Lázaro Cárdenas tuvo un claro sentido político es porque articuló movimientos sociales y partido, aunque después el partido se fue fetichizando y corrompiendo, utilizando los movimientos sociales charros contra el mismo pueblo que los había engendrado. ¿No es el mejor ejemplo un sindicato que ha despolitizando y paralizando a los obreros de la mayor fuente de riqueza federal, como el petróleo, que los abandona en el presente a su propia suerte porque es un simple instrumento humillado de un partido que ya no tiene un proyecto de hegemonía, sino de clara dominación sobre un pueblo empobrecido, oprimido, secuestrado, violentado?
Hoy es tiempo de volver a articular los numerosos movimientos sociales auténticos en lucha por sus necesidades particulares con un partido que se ponga a su servicio, situándose también los movimientos al servicio global (sin perder su autonomía particular) de la regeneración de la Patria ensangrentada en una etapa mucho más grave que la de la coyuntura de 1934 del siglo pasado. Los movimientos de educadores, de electricistas; de las víctimas de los secuestros del crimen, de la droga, de la policía o del Ejército; de las autodefensas cuando son organizadas por las comunidades mismas, de los oprimidos por su género y su color mestizo; de los obreros; de los campesinos; de los pueblos originarios; de los marginales urbanos; de las mujeres y los hombres de la tercera edad; de los ecologistas, y de muchos otros movimientos sociales, en especial de los jóvenes descartados como ninis, siendo que deben ser considerados la esperanza desaprovechada del pueblo, todos ellos constituyen la inmensa mayoría, que si articularan un proyecto hegemónico con un partido progresista y honesto serían una fuerza incontenible que ni el fraude ni la mediocracia podrían vencer.