x Abrente y Gara
Recientemente, en febrero del 2011, Néstor Kohan, integrante de la Cátedra Che Guevara de Argentina, ha participado de varias conferencias y clases en distintas ciudades de la península ibérica (Madrid, León, Vigo, Compostela, Barcelona, Donostia, Bilbao, Cadiz, Granada, etc.), discutiendo con distintas organizaciones de izquierda y universidades populares algunas tesis de su libro "Nuestro Marx" [Caracas, Misión Conciencia, 2011]. La siguiente es una entrevista sobre sus impresiones. – ¿Como caracteriza la situación de la Argentina actual?
– La situación política argentina está atravesada por un campo de tensiones irresueltas donde la burguesía ha logrado estabilizar (relativamente) el capitalismo, luego de la gran rebelión popular de diciembre de 2001. En aquel período se experimentó, a través de una serie de revueltas populares masivas, una crisis de hegemonía del conjunto de la clase dominante local (no “nacional” sino local, pues sus integrantes carecen de un proyecto serio de nación y de país). Entonces el Estado argentino ingresó en una debacle de cesación de pagos, se confiscaron con desfachatez los depósitos de los pequeños ahorristas (las grandes firmas fueron advertidas y sacaron previamente su dinero de los bancos), se masificó aún más el desempleo estructural, explotaron geométricamente los índices de pobreza e indigencia y se produjo un derrumbe industrial. Todo en medio de una crisis orgánica del capitalismo argentino, agudizada por un neoliberalismo extremo en la política económica.
Diez años después los principales partidos políticos históricos de la burguesía han logrado aminorar la protesta popular, reencauzar energías, reclamos y desobediencias dentro de las instituciones estatales de la república burguesa parlamentaria (que es algo bien distinto de una auténtica democracia de base, participativa, sustentada en el poder popular). De este modo la burguesía logró religitimar dichas instituciones. Siempre dentro del marco de la dependencia del sistema mundial capitalista. En ese contexto, las principales fracciones de la clase dominante y sus expresiones políticas se disputan, con matices diferenciales dentro del horizonte compartido del mercado y la acumulación de capitales, la hegemonía.
El gobierno de Cristina Kirchner, continuidad del fallecido ex presidente Néstor Kirchner, no ha modificado las columnas vertebrales que estructuran la dominación social del capital. Con una retórica aparentemente «progresista», pero siempre dentro del clientelismo tradicional del Partido Justicialista (PJ), el matrimonio Kirchner ha realizado un abanico de gestos poco simpáticos para el establishment (algunos juicios a antiguos represores fascistas de las Fuerzas Armadas y la policía, apelaciones discursivas a la sensibilidad cultural de izquierda y los derechos humanos, el nombramiento de varias ministras mujeres, guiños al gobierno de Hugo Chávez, apoyo y enlace con otros gobiernos latinoamericanos en la diplomacia del MERCOSUR, etc). Eso le ha valido cierto consenso —como pudo observarse en el sepelio de Néstor Kirchner— en una nueva generación de jóvenes que no vivió el clima rebelde del 2001.
Pero esos gestos simbólicos, simpáticos y seductores, no modificaron un milímetro la estructura económica de fondo del país, el enriquecimiento continuado de las grandes empresas y los privilegios históricos de los millonarios, muchos de ellos aliados en sus negocios, concesiones y adjudicaciones con el gobierno. Las grandes empresas extractivas continúan apropiándose de los principales recursos naturales y la agricultura argentina es hoy una inmensa empresa capitalista de soja trangénica que destruye la naturaleza, mientras se continúan derivando fondos estatales para seguir pagando la ilegítima y eterna deuda externa. Las principales empresas transnacionalizadas que se enriquecieron con los presidentes Menem y De la Rua —neoliberales ortodoxos— hoy continúan facturando millones.
Como si ello no alcanzara, Cristina Kirchner impulsó y finalmente logró que se apruebe —a pedido expreso del gobierno de Estados Unidos— una Ley denominada «Antiterrorista» que como todo el mundo sabe sólo tiene por finalidad amenazar, disciplinar y prevenir cualquier posibilidad futura de protesta radical. La zanahoria amable de los “gestos simbólicos” siempre viene acompañada de la amenaza (potencial o real) del garrote estatal. La zorra y el león, el consenso y la violencia. Un doble juego pendular que siempre ha caracterizado al peronismo, como a tantas otras experiencias populistas latinoamericanas (en ese sentido el peronismo no es un “enigma irresoluble e incomprensible”, según lo caracterizan algunos superficiales ensayistas y académicos norteamericanos, sino un fiel producto de la ya tradicional política latinoamericana del siglo XX). Más allá de toda retórica “nacional” continúa existiendo un modelo extractivo, exportador y dependiente, como antaño.
La oposición al gobierno es aún más regresiva y desvergonzadamente reaccionaria. Esa modalidad constituye un matiz que no puede obviarse. Comparte exactamente el mismo modelo económico del gobierno pero ni siquiera acepta sus “gestos simbólicos” progresistas o democráticos (los juicios a antiguos represores, la aprobación del matrimonio igualitario, el justo cuestionamiento contra algunos monopolios tradicionales de comunicación, la incorporación del movimiento de derechos humanos dentro del panteón oficial, etc). Dicha oposición, partidaria del “orden” y la “mano dura”, constituye la continuidad del videlismo [referencia a las bases de apoyo civiles de la dictadura militar -1976 / 1983- del general Jorge Rafael Videla] en una versión aggiornada, es decir, representa a la vieja Argentina de la burguesía empresarial-terrateniente, pacata, conservadora, colonial y represiva.
En esa dualidad bipartidista se mueve la política burguesa, institucional y oficial, en Argentina.
– ¿Y la izquierda?
– En nuestra opinión la izquierda argentina, a pesar de sus esfuerzos militantes y su abnegación que nadie puede poner en duda si tiene un mínimo de sinceridad, se encuentra muy dividida y fragmentada. Luego de la feroz y sangrienta represión genocida de 1976, la izquierda argentina no ha logrado ponerse de pie y menos aún disputar el poder (no un par de cargos parlamentarios o municipales sino el poder). Actualmente, desde nuestro punto de vista, la izquierda organizada está atravesada por tres grandes vertientes: (a) la izquierda institucional afín al gobierno, (b) la izquierda institucional opositora al gobierno y (c) la izquierda no institucional ni parlamentaria.
La primera (a) apela a la vieja retórica “nacional-popular” pero en una época histórica donde los pocos fragmentos deshilachados de la llamada “burguesía nacional” (en realidad convendría denominarla “burguesía autóctona o vernácula”, pues carece de un proyecto de nación independiente) están absolutamente transnacionalizados y subordinados al gran capital. Su retórica es muy atractiva pero no tiene por detrás sustento social. A pesar de la frivolidad del posmodernismo, un discurso que gira en sí mismo, sin sujeto social y político, no tiene viabilidad histórica. Esta fracción va a remolque del gobierno y del Estado, ocupando, en el mejor de los casos, puestos ministeriales políticamente intrascendentes que no deciden las grandes políticas.
La segunda vertiente (b) mantiene una retórica aparentemente subida de noto, con ademanes “radicales” pero en última instancia sigue el pie de la letra, sin sacar jamás los pies del plato, el orden republicano electoral parlamentario. Como esta franja política privilegia la participación electoral a cualquier precio y a toda costa, sus grandes disputas se originan muchas veces en quien encabeza las listas…, lo cual deriva en un desgranamiento al infinito, incomprensible para los sectores populares a los que intenta apelar. En algunos pocos casos, no en todos, esta fracción ha sido remolcada por la oposición derechista, lo cual le ha generado cierto desprestigio social.
La tercera corriente (c) es la más radical porque pretende ir no contra un gobierno sino contra todo el orden político estatal. Esta vertiente es en términos históricos heredera de la insurgencia de los años ’60 y 70, aniquilada a sangre y fuego, picana y capucha, tortura y exilio, por la burguesía argentina y el imperialismo norteamericano. Pero si somos realistas, debemos reconocer que lamentablemente hoy se encuentra demasiado debilitada, fragmentada, sin capacidad real de convocatoria para el conjunto de los sectores populares. Actualmente, luego del reflujo posterior al 2001, esta expresión de la izquierda —que no es homogénea ni políticamente compacta— se encuentra bastante aislada. Al menos si continuamos con el reflujo político popular que en términos generales se vivencia en Argentina. Hay que reconocerlo si se pretende superar esa situación y no enamorarse ingenuamente de los propios discursos.
Quizás una de sus principales deficiencias consista en su visión cortoplacista. Cuesta mucho pensar en términos estratégicos cuando la burguesía te acorrala y te aísla, cotidianamente, luego de haber aplastado (incluso físicamente) a las principales organizaciones de este espectro ideológico.
Sin ánimo de catequizar ni evangelizar a nadie, de las tres opciones, consideramos que la más válida es la tercera, pero a condición de contar con una estrategia política a largo plazo, que pretenda ir más allá de lo inmediato, recuperando la estrategia de las insurgencias de los años ’60 y ’70 pero sin engañosas nostalgias ni folklorismos caricaturizados, con la mente puesta en el siglo XXI y en la nueva juventud argentina y latinoamericana.
Habría quizás una cuarta (d) expresión de la izquierda argentina donde se podría ubicar a una izquierda no organizada, inorgánica, dispersa en el conjunto social, atravesando incluso formaciones sociales y culturales de lo más diverso. Sería difícil medir —sobre todo a partir de las urnas— la amplitud de esta cuarta expresión de la izquierda que suele aflorar al primer plano en los momentos de crisis aguda (como en el 2001) para volver luego a la sombra. No tenerla en cuenta es suicida si uno pretende implementar una posición radical y al mismo tiempo políticamente eficaz. Desarrollar una estrategia de hegemonía, radical y a largo plazo, implica no perderla nunca de vista. Para ello deberíamos superar la mentalidad de secta, la mezquindad del pequeño grupito y la mirada autorreferencial. La nueva insurgencia argentina está todavía por construirse. Ese es uno de los grandes desafíos.
– Qué es lo que más le impresionó en las actividades políticas en las que usted participó recientemente?
– Sin ninguna duda lo que más me impresionó, ya que tenía vagas noticias pero ahora me lo he encontrado directamente, es la represión y la vigilancia que existe por parte del Estado español. ¡En plena Europa! Con calles limpias, coches caros y ropa de alto consumo… Me sentí como en los tiempos de mi adolescencia, a fines de la dictadura militar argentina, cuando mi padre me llevaba con amigos suyos, todos viejos militantes, y hablaban en voz bajita y susurrando para que nadie los oyera, con miedo permanente a la represión de los militares Videla o Pinochet. En Euskal Herria volví a tener aquella vieja sensación. Me sorprendió encontrarme y conversar con tanta gente que había estado presa y torturada, o que tenía actualmente hijos presos. No una persona sino muchas, realmente muchas.
La prisión y la tortura vividas como algo “habitual”, como parte de la vida cotidiana. ¡Eso no es normal! Y menos en un Estado que se dice “democrático” y con políticos que van por el mundo —especialmente por América Latina y por mi país— dando cátedra y lecciones de “civilización” y “democracia”. Recuerdo todas las veces que vino el juez Baltasar Garzón a la Argentina… Me da vergüenza ajena. Alguna vez con una novia lo vimos, de causalidad, en la Feria del Libro de Buenos Aires. Justo ahora todo el mundo está enojado en Buenos Aires (Argentina) porque viaja el escritor Vargas Llosa, de extrema derecha. Enojo justificado. ¿Y por qué nadie se enoja cuando viaja y visita nuestro país el juez Baltasar Garzón?
¿Es normal hacerse el distraído en la Audiencia Nacional cuando se incomunica a los presos, se los golpea y se los tortura como algo casi rutinario? ¿Es normal hacerse el distraído en la Audiencia Nacional cuando se incomunica a los presos, se los golpea y se los tortura como algo casi rutinario? ¿Es normal “horrorizarse” por lo que puede hacer algún político bestial en Asia o en África —o algún viejo dictador de décadas pasadas— pero asumir como absolutamente legítimo y legal aplicar torturas a los prisioneros políticos del pueblo vasco? Sinceramente no me parece normal. ¿Por qué uno se horroriza de la tortura en los tiempos de la Inquisición (recuerdo haber visto alguna vez una muestra en un museo de México sobre la historia de la tortura que me hizo descomponer y vomitar) pero nadie, ni los grandes políticos, ni los grandes jueces ni los grandes periodistas se horrorizan cuando los torturados son vascos o también catalanes?
Sin embargo, debo confesar que también me sorprendió la tremenda solidaridad… encontrar por todos lados, en los balcones de cualquier barrio popular o incluso en algunos bares, la bandera de los presos políticos y las fotos de cada uno de ellos. En la Argentina también ha habido y todavía hay presos políticos —siempre los vamos a visitar—, pero no encontré nunca en los bares sus fotos ni sus banderas.
– ¿Como ha visto a la izquierda europea?
– Le advierto que no conozco a fondo esta problemática. Por lo poco que he podido observar en las distintas realidades sociales y políticas de la península ibérica, también en Europa conviven diversas corrientes y vertientes. Tras la hegemonía de la socialdemocracia y el eurocomunismo, hoy ambos en crisis, se percibe la necesidad de una nueva izquierda que retome lo más avanzado de la izquierda radical de los años 60 y 70 pero en un nuevo contexto de crisis mundial capitalista. No conozco en profundidad, pero esa necesidad aparece con un alto grado de complejidad.
He visto y convivido con distintas tendencias. Me ha llamado la atención la gran heterogeneidad de la izquierda que uno, quizás por prejuicios, suele atribuir únicamente a América Latina. Me da la impresión, quizás me equivoco, que también aquí conviven de manera tensionada una izquierda más institucional, absolutamente obediente del régimen estatal-electoral (en este caso no me atrevería a denominar régimen republicano burgués sino más bien… régimen burgués ¡monárquico!, porque increíblemente se sigue aceptando la existencia de un rey nombrado personalmente por el dictador, el generalísimo Francisco Franco). Esa vertiente más institucional se siente a sí misma como una izquierda progresista y protestona de un sistema que en el fondo considera como «democrático». Es quizás la heredera del eurocomunismo de Santiago Carrillo y la socialdemocracia, una vez que ésta “limpió” y expulsó a sus viejos dirigentes socialistas marxistas que venían de la guerra civil.
También hay otra vertiente que proviene política y culturalmente de la izquierda tradicional del Estado español pero que ha comenzado una seria revisión de sus fundamentos históricos, cuestionando los pactos de la transición, la aceptación de la bandera de Franco y la monarquía y entablando todo un arco potencial de alianzas plurales con la izquierda independentista.
Finalmente pude observar la existencia de esa otra izquierda, la menos conocida en América Latina aunque muchas veces sea la más admirada desde lejos, que intenta sintetizar el marxismo radical y el comunismo con las perspectivas del independentismo revolucionario, tanto en Galiza, como en los países catalanes y sobre todo en la izquierda abertzale de Euskal Herria, donde a pesar de tanta represión se mantiene firme una izquierda con pretensiones radicales y gran consenso popular que no se subordina a lo “políticamente correcto”. Ojalá esas luchas no decaigan, no se diluyan ni se instititucionalicen definitivamente.
Yo he tenido oportunidad de visitar personalmente Guatemala y otros países de América Latina, luego de los acuerdos de paz de la década del ’90 que desmontaron a varias insurgencias, y pude observar como muchas promesas se evaporaron rápidamente mientras la burguesía retomó el mando de la situación, asumió el control político absoluto y volvió a tener las riendas en sus manos, ya sin protestas radicales ni insurgencias molestas que obstaculizaran su reproducción y acumulación del capital.
– ¿Como ve el futuro de nuestra lucha?
– A pesar de que algunos intelectuales se sienten algo así como los “médicos brujos” de la tribu, como si tuvieran acceso a una verdad absoluta a la que el común de los mortales no accedemos, una especie de oráculo que vaya a saber uno cómo consultan, lamentablemente no tengo una bola de cristal para adivinar el futuro. Sin embargo, me da la impresión, por lo poco que conozco al respecto, que en la perspectiva de coordinación y convergencia de la nueva izquierda que se propone desmontar las bases políticas y teóricas del eurocomunismo con la izquierda radical del independentismo revolucionario está el futuro de la revolución socialista por estas tierras, que se encuentran un poquito lejos de Nuestra América, pero que están igualmente sometidas a la dominación del sistema mundial capitalista.
Aunque estemos a ambos lados del agua, con un inmenso océano de por medio, nuestra lucha es la misma en ambos continentes (y en todo el mundo), cada uno con sus tradiciones y su cultura, pero con un horizonte futuro en común. Bien valdría la pena compartir experiencias para aprender y coordinar futuras rebeldías y revoluciones. Quizás me equivoco, pero al menos eso es lo que pienso y creo.
La Haine